Hoy en OrigenCuántico, tenemos el gran honor de contar con el mejor articulista del panorama de la literatura de género y, añado, de toda la red de blogs que sigo con asiduidad. Creo que sobran las presentaciones y, en especial, sobra todo lo que no sean sus palabras.
Os dejo con Esteban Bentancour y su espectacular artículo sobre UNO de Nieves Delgado.
UNO, de Nieves Delgado: consideraciones sobre el macro y microcosmos.
Este artículo tenía que estar aquí. Fue Arkaitz Arteaga (alias «Origen») quien me habló por primera vez de la novela; quien tuvo la gentileza de comprar el libro y enviarlo a casa de mis suegros para que pudiera leerlo en febrero, aprovechando unos días de vacaciones. Así que antes de empezar a hablarte de UNO, de Nieves Delgado (Cerbero, ColecciónWyser nº 15, 2018), quiero darle públicamente las gracias.
Debo admitir que hace relativamente poco que he empezado a leer novela corta.
Es probable que en los últimos meses haya leído más novelas en ese formato que las que llevaba leídas hasta entonces (si omitimos, por supuesto, los «bolsilibros» de mi infancia). De hecho, en los primeros tiempos del blog les tenía cierto prejuicio porque temía no encontrar en ellas material suficiente para escribir un artículo.
Como todo prejuicio, el mío era hijo de la ignorancia. Y fueron tres mujeres las que lo subsanaron.
Domori, de Sofía Rhei; CloroFilia, de Cristina Jurado, y 36, de Nieves Delgado, me demostraron que cantidad no es sinónimo de profundidad. Que se puede especular sobre la sociedad, el futuro de la ciencia y la condición humana con precisión minimalista y, sobre todo, que se pueden narrar historias complejas, ambientadas en mundos fascinantes, en menos de doscientas páginas.
Así que, cuando supe que Nieves Delgado iba a sacar una nueva novela, tuve claro que quería leerla cuanto antes. Y aunque sabía que sus ideas me inducirían a la reflexión, no imaginé cuán radicales terminarían resultándome.
Aclaración previa
El problema, al analizar novelas cortas, es que resulta muy fácil caer en el spoiler. Debido a eso, he decidido estructurar este artículo de un modo especial.
Existen dos aspectos del libro en los que me gustaría detenerme porque, a mi entender, explican su esencia:
El primero, que puede abordarse sin destripar la historia, son los vínculos que establece el relato entre el macro y microcosmos. El segundo, sin embargo, ni siquiera puede nombrarse sin sugerir el final.
Por ese motivo, en la primera parte del artículo me centraré en el primer aspecto y avisaré del peligro de spoilers antes de entrar de lleno en el segundo.
Dicho esto, empecemos con UNO.
La poética de la ciencia ficción hard
Hace poco, al hablar de Solaris, elogié la capacidad de Lem para introducir conceptos complejos en frases de evocadora musicalidad. Lem no se limita a exponer sus ideas con un lenguaje instrumental, sino que se esfuerza en sacarles el máximo de potencia expresiva. Y dado que a UNO la leí poco después de terminar ese artículo, no pude menos que asociar su estilo al del maestro polaco.
Nieves Delgado es astrofísica y docente, por lo que el rigor con el que expone los conceptos y la didáctica con la que elige sus metáforas son de una naturalidad asombrosa. Sin embargo, la poética de la ciencia ficción hard exige un plus de intuición. Requiere de un delicado equilibrio entre rigor y estilo para evitar caer tanto en tecnicismos como en clichés.
Y Nieves Delgado lo consigue. Veamos un ejemplo:
«La realidad, por algún motivo, parece tener un marcado carácter dual; la materia está formada por dos tipos básicos de partículas, los electrones que hacen posible la superconductividad se relacionan de dos en dos, toda partícula tiene su correspondiente antipartícula… El dos, siempre presente en los procesos más fundamentales. También el entrelazamiento cuántico suele surgir entre pares de partículas, al mismo tiempo que altera la individualidad de las mismas. Es un estado frágil que se destruye en la interacción con el entorno; tal vez sea, como el amor, la maldición de dos eternidades que duran un segundo».
Esa dualidad que expone la cita (junto al humanismo que hace traslucir en la explicación de un fenómeno físico) es las clave para entender cómo aborda el vínculo entre macro y microcosmos.
Pero antes de ver cómo lo hace. Veamos como no lo hace.
Escala relevante y teorías efectivas
En el inicio del libro Llamando a las puertas del cielo: cómo la física y el pensamiento científico iluminan el universo y el mundo moderno, la física teórica Lisa Randall hace especial hincapié en las escalas de la realidad.
«Una de las características más importantes de la física es que nos dice cómo identificar el rango de escalas relevantes para cualquier medición o predicción (…). Lo bello de esta manera de examinar el mundo es que podemos centrarnos en las escalas que son relevantes para aquello en lo que estamos interesados, identificar los elementos que operan en dichas escalas y descubrir y aplicar las reglas que gobiernan cómo se relacionan estos componentes».
Si el fenómeno a analizar se produce a escala macroscópica, lo habitual es que los físicos promedien (o incluso ignoren) otros procesos que se producen a escalas inconmensurablemente menores. De este modo, los científicos desarrollan «teorías efectivas».
«La teoría efectiva se concentra en las partículas y fuerzas que tienen “efectos” en las distancias en cuestión. (…)
La teoría efectiva que aplicamos en distancias mayores no entra en los detalles de una teoría física subyacente que se aplica en escalas de distancia más cortas».
Si traigo a colación estas citas sobre las diferencias entre el macro y microcosmos es porque, como explica la propia Randall:
«Pese a esta neta separación por distancias, las personas toman demasiado a menudo atajos cuando tratan de entender la ciencia difícil y el mundo. (…)
Hoy día tales extrapolaciones erróneas suelen hacerse sobre todo a propósito de la mecánica cuántica, cuando las personas tratan de aplicarla a escalas macroscópicas donde sus consecuencias se promedian normalmente y no dejan señales medibles».
No es ningún secreto que, en los últimos años, muchos libros han enfocado esos «vínculos entre escalas» con una ramplonería y tosquedad enervantes. (Lo que ha llegado a desvirtuar la idea misma de «física cuántica»). En ese contexto, es muy importante reivindicar la aportación de UNO, una novela en la que Nieves Delagado (que, como dije más arriba, es astrofísica) se atreve a desarrollar las relaciones entre el macro y microcosmos de una manera original, al mismo tiempo poética y respetuosa con la ciencia.
Reverberaciones
Todos los capítulos numerados del libro comienzan con la exposición de un fenómeno físico escrita en cursiva. Y al margen de su estilo poético (que ya mencioné), al leer el resto del capítulo descubres que partes de esa explicación reverberan en el mundo macroscópico.
La reverberación no se expresa en decisiones conscientemente tomadas por sus personajes (ni mucho menos en«manejos» de energía), son tan solo resonancias, asociaciones: como dos cuerdas que estuvieran vibrando en frecuencias armónicas.
Ya en el párrafo inicial del libro pueden observarse esas transiciones de escala: se inicia a nivel macroscópico, luego el texto se sumerge en la escala subatómica y al final retorna a la escala cotidiana. Y siempre reverbera:
«La realidad no es lo que la gente cree. No es un escenario lleno de certezas en el que nos movemos con mayor o menor fortuna. Ni siquiera nosotros mismos somos una certeza. Nadie, ni el mejor científico de la historia, sabe lo que es la materia, lo que somos nosotros, qué es lo que nos rodea. Los átomos son entes misteriosos con propiedades extrañas, resultado de una danza interna de sucesos que no comprendemos porque, de hecho, ni siquiera podemos escuchar la música al son de la cual bailan. (…) Un electrón no es una partícula compacta, es solo una nube de probabilidades. El mundo es una inmensa nube difusa con apariencia de certeza, pero es solo apariencia. La realidad es que el mundo no tiene significado».
Pedazos de vacío
Es difícil poner ejemplos concretos en una novela corta sin arriesgarse a desvelar la trama, pero no me resisto a compartir una maravillosa reflexión sobre el vacío que, además, ejemplifica muy bien esas «reverberaciones» entre escalas.
Al inicio del segundo capítulo, Delgado explica de un modo sutil el entrelazamiento cuántico:
«Las partículas bailan y en ese baile crean la realidad. (…) Y a veces, solo a veces, crean lazos cuando nacen y ya nadie las puede separar. Aunque lleguen a galaxias diferentes, lejanas y separadas por una eternidad. Como amantes eternos que no se pueden olvidar».
Luego, a escala macroscópica, el capítulo relata el encuentro entre una madre y una hija que mantienen una difícil relación… Ese tipo de lazos que se crean desde el nacimiento y no se pueden separar, aunque sus integrantes habiten galaxias distintas. Pero el vacío entre ellas existe, está presente, las conforma —del mismo modo en que el vacío conforma la mayor parte del universo— y Delgado reflexiona sobre él con una agudeza conmovedora:
«Se queda en silencio mientras echo azúcar al café. Lo revuelvo y ahora soy yo la que se inquieta. No es normal que esté tan callada, mamá y el silencio nunca se han llevado bien. Yo creo que en realidad no somos lo que hacemos; no somos lo que leemos, en lo que trabajamos, ni tampoco lo que decimos. Somos lo que hay entre todas esas cosas, el silencio que reposa entre todas ellas. Pedazos de vacío intentando rellenarse, fracasando una y otra vez en ese intento. Por eso el silencio es tan importante, porque nos define por completo».
Claves internas
Como he dicho en otras ocasiones, las grandes novelas suelen guardar, en si mismas, las claves que las explican. Pasajes autorreferenciales que sugieren su estructura, sus referencias, sus intenciones estéticas. Pero es la primera vez que descubro algo así en una novela corta… y debo admitir que, cuando lo leí, me impactó la claridad con la que Delgado define sus objetivos.
Como interludio a los capítulos numerados (que cuentan la historia central) se intercalan breves presentaciones de personajes secundarios. Y en la presentación de un personaje femenino la autora escribe lo siguiente:
«Para ella la poesía es el secreto último, la estructura misma sin reglas, que expresa la verdad por un segundo pero que se niega a ser atrapada. La ciencia y la poesía son dos caminos diferentes para llegar al mismo sitio, ese sitio al que no se puede llegar por mucho que uno se aproxime».
Sin duda, UNO supone un paso decidido en esa exploración.
Distopías y utopías
Hasta aquí lo que puede decirse de la novela sin entrar en spoilers.
Si aún no la has leído, te recomiendo que dejes el artículo en este punto y lo sigas una vez que lo hayas hecho. El segundo tema es, desde mi punto de vista, la aportación más original del libro, pero hace referencia a su tramo final.
Hecha la aclaración, sigamos adelante.
Vivimos buenos tiempos para la distopía. El desasosiego, la incertidumbre, la inestabilidad de la última década invitan a la desesperanza, a la proyección de futuros nefastos. Asociamos la tragedia y el declive con la gravedad del drama y, en contraposición, los futuros utópicos nos resultan naíf, superficiales.
(Conste que si he empleado la primera persona del plural es porque soy el primero en hacerlo).
Sospecho que el problema no radica en ensalzar las distopías (cuya función admonitoria es esencial en estos tiempos), sino en que tendamos a menospreciar el valor de las utopías como posibles catalizadoras de tendencias.
Defender la utopía
En otoño de 2011, Neal Stephenson se convirtío en portavoz de Project Hieroglyph, una iniciativa de la Arizona State University que dio lugar a una antología de cuentos cortos editada por Ed Finn y Kathryn Cramer.
La idea del proyecto era recuperar el optimismo científico que guiaba la ciencia ficción a mediados del siglo pasado. Un optimismo prospectivo que la convirtió en referente de posteriores desarrollos tecnológicos.
Como bien explica Damien Walter en un artículo para The Guardian:
«El concepto que sustenta Project Hieroglyph es que la ciencia ficción crea potentes imágenes de progreso científico —imágenes que Neal Stephenson apoda jeroglíficos (hieroglyph)— y que haciendo jeroglíficos más positivos y optimistas la ciencia ficción puede ayudar a hacer un mundo mejor».
Aunque en su momento Project Hieroglyph generó algo de revuelo, con el paso del tiempo el proyecto ha caído en el olvido. Y las razones por las que esto ocurrió también están expuestas en el artículo de Walter:
«No se puede negar la contagiosa buena voluntad de la antología Hieroglyph. Y no dudo de que ese optimismo sea un antídoto muy necesario para hacer frente al arraigado cinismo contra el que, a menudo, se topa la especulación sobre el futuro.
Pero hay también una deliberada ingenuidad en Project Hieroglyph. Historias como “The Man Who Sold the Moon”, de Cory Doctorow, son un verdadero himno a la cultura de Silicon Valley y a las start-ups tecnológicas, pero ignoran hábilmente el rol que esas culturas juegan en el capitalismo corporativo actual y todas las desigualdades que eso conlleva».
Tener la valentía de plantear un futuro utópico basado en avances tecnológicos sin caer en la idealización del capitalismo supone un doble desafío al «espíritu» de nuestro tiempo. Implica balancearse (una vez más) en la senda estrecha que dejan libre apocalípticos e integrados.
Y al igual que hace con el rigor y el estilo, aquí Nieves Delgado mantiene el equilibrio.
Dataísmo
En Homo Deus. Breve historia del mañana, Yuval Noah Harari expone un cambio radical de paradigma cuyas primeras manifestaciones han empezado a emerger. Un «orden imaginado» (como él lo llama) que quita al ser humano del centro de la narración.
El nombre que le da a esa tendencia es «dataísmo»: una cosmovisión basada en el flujo de datos, en la que la información es el valor absoluto y el ser humano solo es valioso en cuanto que «generador de información».
Y aunque Harari no exponga este futuro como el resultado de una rebelión de las máquinas (o de una conquista por parte una inteligencia superior) quien lo lee percibe sus palabras como una amenaza.
Es algo intrínseco a nuestra sociedad: el paradigma que habitamos es humanista y, por tanto, percibiremos cualquier acción que nos quite del centro como una posible amenaza.
Por más que Harari lo intenta, no conseguí imaginar ningún escenario —ninguna prospectiva posible— en el que el dataísmo supusiera un avance en lo que hoy entendemos como calidad de vida.
Debido a eso, cuando se desvela que el trasfondo de UNO es la quinta esencia del dataísmo —la trasposición de (casi) todas las consciencias a datos— esperé encontrarme una falsa estabilidad que derivara en tragedia…
Utopía dataista
…, pero lo que leí fue una novela radicalmente utópica. La primera que he leído en muchos años. No una «utopía ambigua» —como Los desposeídos, de Ursula K. Le Guin; o Marte Rojo, de Kim Stanley Robinson; o El uso de las armas, de Iain M. Banks—, ni una «utopía capitalista» —como algunos de los cuentos de la antología Hieroglyph—, sino una utopía.
Porque, aparte de su capacidad para imaginar una sociedad distinta, la utopía supone la construcción de un referente positivo, una especie de faro que nos oriente, y eso es, precisamente, lo que hace UNO.
La pregunta que surge de inmediato es, ¿orientarnos hacia dónde? ¿Hacia la transposición digital de la consciencia?
Hace unos días, en un intercambio en Twitter, Nieves me comentó que:
«Yo es que dudo mucho que se pueda «copiar» una mente hoy por hoy. De hecho, no sé si se podrá hacer en algún momento, porque el proceso tendría que ser cuántico (entiendo) y el teorema del no copiado tiene alguna cosilla que decir al respecto».
Entonces, ¿qué utopía nos propone?
«¿Para qué sirve la utopía?»
Sé que mi siguiente cita, de tan repetida, roza el cliché. Pero todos los clichés tienen algo de verdad, y esta cita expresa muy bien la función de la utopía.
Se trata de la respuesta que dio Fernando Birri —en un curso en Cartagena de Indias— a la pregunta, «¿Para qué sirve la utopía?». Una respuesta recogida por Eduardo Galeano en uno de sus libros.
«—Ella está en el horizonte —dice Fernando Birri—. Me acerco dos pasos, ella se aleja dos pasos. Camino diez pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. Por mucho que yo camine, nunca la alcanzaré. ¿Para que sirve la utopía? Para eso sirve: para caminar».
Si hacemos caso a sus palabras, la utopía que se expone en UNO debería ser analizada en una doble vertiente.
Por una parte, dentro del contexto del relato, como un escenario ya alcanzado.
En la historia, las consciencias —unificadas tras su digitalización— alcanzan un nuevo estado de la realidad. Crean una «consciencia trascendente», total; una mirada al interior del no-lugar al que accedía Samantha al final de Her (la maravillosa película de Spike Jonze con la que UNO comparte espíritu).
La empatía como forma de llenar el vacío
Pero, por otra parte, la utopía debería percibirse como un horizonte, como una meta inalcanzable hacia la cual avanzar.
Y vista desde esa perspectiva, la utopía dataista de Delgado se convierte en una metáfora de la empatía como forma de llenar nuestro vacío existencial.
Para entender por qué lo digo, veamos un par de pasajes que describen ese espacio no-físico al que accede la protagonista al final de la novela, y el modo en que ella lo experimenta:
«Y sigo sola. Bueno, tal vez no sola. Lo cierto es que siento como si algo hubiera ocupado el espacio entre mis átomos, reduciendo mi vacío a la mínima expresión. No sabría expresarlo con palabras, la sensación es nueva. Yo diría que mi centro, ese centro que nos succiona a todos, ha empezado a emitir. Se ha invertido el asco de miserias, como se invierte el dolor en el refugio en el cual podemos permitirnos ser nosotros mismos».
Solo el vínculo con los otros, la empatía, el sentir como propio el dolor y la alegría ajenos nos completa; solo así esos «pedazos de vacío intentando rellenarse, fracasando una y otra vez en ese intento» podrán al fin componerse en una totalidad.
«Los límites se difuminan. Las fronteras son solo entelequias. Observo lo que me rodea, me observo a mí misma y no veo la diferencia. Siento los latidos del corazón, la sangre correr por las venas, el aire llegar glorioso a mis pulmones. Los átomos de mis manos vibran al unísono con los átomos de la silla a la que me agarro y no veo la diferencia. El otro no es algo distinto a lo que yo soy. El otro ha dejado de ser el otro para convertirse en una extensión de mí misma y abarco todo el espacio y todo el tiempo. Soy espacio y soy tiempo y soy yo misma. Y no veo la diferencia».
No es necesario digitalizar la consciencia para empezar a caminar hacia allí; para reconocer que «el otro no es algo distinto a lo que yo soy», para difuminar los límites. No es necesario trascender el espacio y el tiempo para reconocer que «soy espacio y soy tiempo y soy yo misma».
Es a esto a lo que me refería al principio, al definir las ideas de UNO de «radicales». UNO es una novela radicalmente utópica. Y lo es porque, a sabiendas, Nieves Delgado ha situado su historia en el horizonte para ayudarnos a caminar («La ciencia y la poesía son dos caminos diferentes para llegar al mismo sitio, ese sitio al que no se puede llegar por mucho que uno se aproxime»); y para recordarnos (como ya hiciera Ursula K. Le Guin en Los desposeídos) que la única revolución posible es la revolución de consciencias.
Origen
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Pues yo he leído UNO dos veces. Y después de leer esta reseña, solo se me ocurre una cosa: tengo que aprender a leer.
Estaré a tu lado. Con una cerveza.
Madre mía. No sé de que me sorprendo, pero es que cada vez que leo a Esteban escribiendo o hablando sobre un libro que he leído se me caén los calzoncillos al suelo. Esa forma de analizar y reseñar es única y maravillosa.
Pues ya somos dos…