¿Os acordáis de aquella época en la que leer era sencillo? Ah, bueno, quizá para vosotros sigue siéndolo. Veréis. Yo es que aprendí hace poco. Bueno, sí, me enseñaron en el colegio, pero aprendí a leer de verdadcuando empecé a escribir. Resulta que tenía un profesor un poco pequijoso (¡Hola, Juan!) que me dijo que meh, lo que escribía no estaba del todo mal, pero que cogiera a Chéjov y a Nabokov y a un montón más y que me fijara en la estructura de sus historias, en cómo mostraban en lugar de contar, en sus descripciones dinámicas, en su coherencia interna, en ese modo de crear personajes complejos y… y mil cosas más.
En ese momento no lo sabía, pero me jodió la vida.
Vale, tampoco tanto, es verdad. Estoy aprendiendo a dramatizar un poco porque me da la sensación de que los buenos escritores lo viven todo con mucha intensidad. Sin embargo, no me corrijo en esto: leer no suele ser la misma experiencia que cuando no lo hacía como una escritora. Antes, abrir un libro era como tirarme a un río y dejarme llevar por la corriente de las historias para acabar con el pelo alborotado, el bikini mal puesto y la voz afónica de gritar y reír. Ahora, cada poco tiempo me voy agarrando a pedruscos que me encuentro en el cauce para poder ver ese recodo tan bonito o la manera en la que las aguas se arremolinan alrededor de mi cuerpo, y cuando llego a la meta tengo el pelo seco como una madre de los noventa que acaba de ir a la peluquería y que no piensa meter la cabeza en el agua porque no le gusta y que se va a pillar un buen cabreo como la salpiquen, hombre por Dios.
Y, de repente, llega. Te dice un amigo que ha escrito un libro y que si le echas un ojo, a ver qué te parece la maquetación. Y te llega al correo y empiezas a leerlo a fondo porque, a ver, lo que quiere que veas está muy guay pero a ti te gusta leer y escribir y no vas a dejar de satisfacer tu curiosidad.
Y acabas enseñando el culo, porque la braga del bikini se te ha caído en algún momento del viaje y ni siquiera te has dado cuenta.
Un cálido escalofrío: el arte de conectar con tus vivencias
Lluís Salart, autor de Un cálido esalofrío, consiguió que me interesara por su proyecto desde el primer momento en el que me habló de él. No, no creáis que voy a hacer una reseña del libro porque Arkaitz hizo una demasiado perfecta y difícilmente podría mejorarla. Sin embargo, os voy a hablar de otra cosa.
¿Sabéis esto que dicen de que los medios manipulan a las personas? Bien. Esto fue, durante mucho tiempo, una teoría ampliamente aceptada. Se consideraba a la audiencia como un pavo que tragaba lo que le decían y que, sin ningún espíritu crítico, aceptaba y asumía cualquier mensaje como un dogma propio. Con el tiempo, algunos teóricos levantaron la mano tímidamente y se preguntaron ante sus colegas si esto era verdad. ¿Seguro que la persona que ve, oye o lee una obra la acepta tal cual está rodada, hablada o escrita? ¿El mensaje es el mismo para un hombre de Mozambique que para una mujer de Estados Unidos? ¿Para un niño igual que para un anciano? Se hicieron estas preguntas, practicaron un poco la 100cia,y solo pudieron responder una cosa: No, claro que no. Porque cuando un escritor crea un libro, el lector utiliza todo su ser, es decir, todo su conocimiento, todas sus experiencias y todas sus creencias, para descifrar lo que está leyendo.
Aquí hago un inciso. ¿Recordáis cuando, en no sé qué edición de OT, unos chicos dijeron que querían cambiar una canción de Mecano porque usaban la palabra “mariconez” para referirse a algo cobarde? Ana Torroja y no sé cuántos más los tildaron de ofendiditos y pusieron el grito en el cielo. Pues bien, ni ofendiditos ni hostias. Lo que pasa es que esos chicos han crecido con una experiencia y un conocimiento diferente al de la Torroja, y por eso descifran el mensaje de una manera distinta a la intención con la que se escribió esa canción. Para ellos, y para muchos otros, es denigrante. Y punto.
Pero bueno, esto es otro tema. Volvamos a la literatura.
Por si no lo sabéis, Un cálido escalofríoes un libro y a la vez una antología de relatos, con un narrador que liga las diferentes historias de la misma manera que el huevo convierte unas patatas fritas (con cebolla) en una tortilla. En la presentación del libro, Lluís me preguntó cuál era mi relato favorito y yo no quise contestar. Posiblemente me hubiera puesto a llorar y no quería hacer más el ridículo.
Lluís, con este libro, es capaz de conectar con nosotros, con nuestras experiencias y con nuestros recuerdos, para hacer que nos sumerjamos de tal manera que olvidemos todo excepto de disfrutar y de sentir lo que estamos leyendo. Me di cuenta de ello en el momento en el que leí el libro, y lo confirmé en la presentación. Ahí vi que Un cálido escalofríotoca a casi todo el mundo de una manera u otra o, mejor dicho, con un relato u otro.
En mi caso, mi relato favorito y el que más me acarició el corazón es el que pasa en un hospital. Porque la vida ha hecho que haya visto reflejada en ese relato a gente a la que quiero más que a nada y… Y aquí es cuando tengo que parar, que se me corre el rímel.
Sin duda, Lluís consigue, a través de sus relatos, añadir la magia que despierta nuestros recuerdos y que hace que revivamos nuestras historias a través de las suyas.
Pequeños dioses: el poder de la evocación
Leí Un cálido escalofrío el verano pasado y aunque desde entonces he tenido otras lecturas que han conseguido arrastrarme por sus tramas sin hacerme parar demasiado, no han sido demasiadas. Sin embargo, la sensación que tuve con el libro de Lluís fue la más intensa hasta que el pasado 14 de Febrero leí Pequeños Dioses, de Tim Pratt.
Antes de seguir os animo a leerlo en este enlace de Cuentos para Algernon de la maravillosa y admirable Marcheto. ¿Lo habéis leído ya? ¿Sí? Bien. A los que os dé perezaca leer (shame, shame!), aquí tenéis la reseña que le hizo Arkaitz. A los que, además ,no queréis saber nada de reseñas, tranquilos: no voy a hacer spoilers por si os convenzo de que lo leáis.
Doy gracias a la entropía del universo por no haber tenido que vivir nunca lo que narra el cuento. Sin embargo, ese relato me tocó tanto como si lo estuviera viviendo. Quizá es la voz del narrador, quizá es esa manera de contar y no explicar. Sea por lo que sea, Tim Pratt tiene una capacidad de evocar unos sentimientos en nosotros, los lectores, que me hizo pensar en que solo se puede explicar si los dioses existen y le han otorgado un don. Un poder que lo hace capaz de encontrar la universalidad de lo concreto. Que, sin conocer de primera mano una situación, haga que el lector la entienda en toda su complejidad y profundidad hasta sentirla en sus propias carnes y que se la lleven a lo personal. Y, así, la forma del mensaje no importa, porque lo que importa es la esencia. Y esa esencia es tan pura que no hace falta que la descifremos a través de nuestro conocimiento o experiencia: conecta directamente con nuestro hipotálamo.
Y de aquellos polvos, estos lagrimones como puños al leer el relato.
Cuando aquel profesor me enseñó a leer (¡Hola de nuevo, Juan!) ninguno de los dos sabíamos lo que hacíamos. Ahora detecto con mediana facilidad cuando algo está escrito como el culo o cuando las comas tienen una vida errática por todo el texto, y eso hace que sea más selectiva con lo que leo. Sin embargo, cuando encuentro una joya, cuando doy con una lectura que me lleva de la mano durante toda la historia, que conecta con mis experiencias o con mi amígdala, el corazón me late un poco más deprisa, las pupilas se me dilatan y no me abandona la sonrisa tonta.
Sí, tenéis razón. Yo también creo que es amor.
Los Diseccionadores de novelas están diseccionando la novela de Lluís Salart. Os recuerdo que podéis participar a través de su Facebook y de su Goodreads y que, después de las preguntas que os surjan tras la lectura, habrá un chat con el autor. Os lo recomiendo encarecidamente si os gusta disfrutar de verdad de la lectura.
Latest posts by Carla Campos (see all)
- Cosmografía profunda, de Laura Ponce: pero, ¿seguro que esto es ciencia ficción? - 11 octubre, 2019
- Muerte por Celsius - 22 agosto, 2019
- El átomo pacífico - 28 junio, 2019