Philip K. Dick: La Locura del demiurgo o la perturbadora paradoja del creador creado

Si un hombre atravesara el Paraíso en un sueño, y le dieran una flor como prueba de que había estado allí, y si al despertar encontrara esa flor en su mano… ¿entonces, qué?

Coleridge

Resulta difícil escribir sobre la presencia de la locura en la obra de alguien cuya cordura siempre estuvo en entredicho, y mucho menos si quien lo hace cree entender su mente tanto como para pensar que le habría gustado una de sus frases preferidas, la de Coleridge, con la que abro este artículo y que llegó a mí de manos de mi muy amado Borges. Qué belleza contemplar a un genio haciendo de altavoz de otro genio cuyas palabras me encantaría compartir con Philip K. Dick. Sé que él las entendería como solo lo hacen los que saben ver más allá. Y no me vengáis con detalles tontos que hacen imposible este deseo, como el no coincidir en tiempo y lugares, cuando estamos hablando del rey del desdoblamiento y la atemporalidad. Dicho esto, intentaré dar mi visión sobre este delicado asunto. No me presupongáis cordura ni objetividad tampoco a mí, para eso están las enciclopedias. Yo voy a hablar de mi Philip K. Dick, que, como todo buen lector suyo sabe, tiene el don de la polimorfidad.

Samuel Taylor Coleridge

Samuel Taylor Coleridge

Vayamos al principio de todo. Me parece importante destacar un hecho de «mortal» importancia: Philip K. Dick, como ese otro artista maravilloso—viajero como él entre varios mundos— que fue Dalí, cargó con el peso de un hermano muerto. En el caso del pintor, recibió, como un macabro regalo de bienvenida, el nombre de su hermano fallecido. Philip K. Dick, sin embargo, disfrutó de su propia identidad y también de su nombre grabado —cincuenta y tres años antes de que llegase su hora— en la misma lápida que se puso sobre la tumba de su prematuramente difunta hermana melliza Jane C. A mi modo de ver, quien hunde sus raíces en tierra abonada con locura tiene muchas papeletas de absorber algo que, con suerte y bien encauzado, puede convertirse en genialidad, aunque siempre rozará unos límites no por todos comprendidos.

Tener sobre los hombros la responsabilidad de un mundo tampoco es una tarea sencilla. Los creadores de universos, tiempos y seres no son como el resto de los mortales, son algo intermedio entre los simples humanos y los dioses porque tienen el poder de inventar y dar vida a lo inventado, son demiurgos a los que a veces se les desborda lo creado, sobre todo cuando dejan la creación última en manos de un creador intermedio. Bien supo explicarlo la divina Mary Shelley, madre —como en un juego de muñecas rusas— del científico que dio origen al monstruo en su más famosa obra.

Valis, de Philip K. Dick

Valis, de Philip K. Dick

El poder de la palabra para insuflar vida o cambiar las cosas es innegable. Con el lenguaje creó el mundo el Dios del Antiguo Testamento, con la palabra escrita se daban órdenes al Golem, con palabras mágicas apoyan los brujos sus conjuros y con sus letras define K. Dick a ese «Sistema de Vasta Inteligencia Viva» que aparece en VALIS (1981). Y aquí llegamos a la paradoja del creador creado. Obviando el detalle de si estaba loco o no, pues la pregunta se puede aplicar igual: ¿es VALIS una creación de K. Dick o es el escritor un reflejo de lo que VALIS quiere que sea? En todo momento, la sensación que da es de ser capaz de separar esas diferentes realidades que conviven en su vida desde su infancia —según él mismo confesaba— y que asume como reales. Aunque él mismo coqueteó en algún momento con la idea de una posible esquizofrenia y una cierta paranoia que le llevaban a obsesionarse con la falta de intimidad causada por una supuesta observación constante por parte de las autoridades, una idea muy bien reflejada, por ejemplo, en el sistema de vigilancia gubernamental de Una mirada a la oscuridad (1977) y en el omnipresente personaje que da nombre a Los tres estigmas de Palmer Eldritch (1965), las pruebas realizadas dieron negativas, y si bien no ocultó su experimentación con drogas alucinógenas —nunca usadas para escribir, al contrario que las anfetaminas, empleadas para llevar un ritmo de escritura tan elevado como para vivir de sus letras—, hay algunos detalles en su biografía —también utilizados en sus novelas— que dan qué pensar si se tiene la mente abierta. Un ejemplo es la supuesta revelación proveniente de una «entidad superior» acerca de una hernia inguinal que los doctores no habían sido capaces de detectar en su hijo y que, gracias a su insistencia tras el conocimiento otorgado, los médicos consiguieron encontrar, salvando así la vida del bebé. También son curiosos los episodios en los que fue escuchado hablando latín y sánscrito, lenguas que desconocía. Estos últimos hechos los atribuía a lo que llamaba «recuerdos» de algo que define como otro presente diferente. En VALIS, novela semiautobiográfica, habla de esto y de otras experiencias «inexplicables» desde nuestra racionalidad.

Los tres estigmas de Palmer Eldritch

Los tres estigmas de Palmer Eldritch

Enlazando con lo antes mencionado sobre los creadores de creadores, me parece que hay algo hermoso y retorcido en el hecho de transferir la propia capacidad de dar vida a otros, o en convertirlos en uno mismo que, al mismo tiempo, actúa ajeno a las responsabilidades que implica ser. Y esto es algo que PKD cumple a la perfección, nada extraño en un autor que tiene como tercer lado del triángulo de sus obsesiones, junto con las drogas y la locura, a la religión. Así, en Los tres estigmas de Palmer Eldritch hay auténticos creadores de mundos híbridos entre la realidad y algo similar a lo que ahora llamamos «realidad virtual», la distracción para colonos interplanetarios aburridos que son los«Equipos Perky Pat», una realidad paralela accesible de la mano de la droga Can-D, en la que se recrea la vida en la Tierra a través de dos personajes, uno masculino y uno femenino, y de los accesorios que componen el conjunto del juego, en torno a los cuales hay toda una industria de fabricación y diseño. En esta novela no se detiene en la creación de esos equipos, que ya serían una realidad dentro de una realidad, la historia va mucho más allá con la introducción de una nueva droga con unos efectos inesperados que se alejan de lo meramente recreativo. Cabe destacar también la espiritualidad de esta obra, en la que los simbolismos y analogías con el cristianismo comienzan a aparecer desde el propio título y sus estigmas, y los volvemos a encontrar en detalles como la forma de tomar la droga proporcionada por Palmer Eldritch —sí, el estigmatizado, ¿no es curioso? ¿Os suena de algo?— en comunidad. Llega un momento de confusión en el que no queda claro si la locura es la salvación o si religión y locura son la misma cosa. Sé que no es fácil de entender, hay que leer la novela para comprenderlo, no creo que algo tan delirante como el final de este libro pueda ser asumido con un simple resumen.

Ilustración de Palmer Eldritch, por Pete Lloyd

Ilustración de Palmer Eldritch, por Pete Lloyd

Da la sensación de que el autor, siempre preocupado por su salud mental, se mira en su literatura, usándola como si fuesen dos espejos enfrentados que le permiten multiplicarse y convertirse en muchos de sus personajes, quizás en todos, como Palmer Eldrich invadiendo las mentes del conjunto de las personas, fundiéndolas en un ser divino que es él: el demiurgo. Se me figura una forma más de explicarse a sí mismo, de encontrarse a través de la proyección diseccionada y disfrazada de su propio ser. No es algo extraño esto en un escritor, no siempre uno puede desligarse de su obra. A veces, escribir es arrancar fragmentos de la historia personal, de las propias vivencias y pensamientos para plasmarlos en lo escrito. Es regalar a los personajes en su nacimiento la sangre y el alma como en un parto extraño y delirante, deformar la identidad del que escribe para convertirse en otros, inventar mundos con raíces en el mundo personal. Recrear escenarios implica viajar hasta esos lugares, pasar mucho tiempo allí, permanecer con un pie en ellos y con otro en el mundo que los demás ven. Es este otro punto en el que el delicado equilibrio en el que se mueve el escritor puede verse afectado. Para entenderlo, pongámonos en su mente con una serie de preguntas posibles: ¿cómo saber cuál de ellos es más real? ¿Cómo no volverse loco cuando no se es más que un simple ser humano y sin embargo se tiene un mundo entre las manos? ¿Cómo explicarle al universo que aquello de lo que hablas existe porque has hecho magia de creación con tu cabeza, sin que parezca que estás loco? ¿Cómo hacer entender al resto de la gente que hay otro mundo porque tú lo ves?

Desde mi punto de vista, existen tres formas principales de aparición de esta «circunstancia mental» que rodea la figura de PKD, aunque siempre con matices y ramificaciones: la locura que aparece a bordo de esa montura implacable que son las sustancias capaces de alterar la conciencia, como en «Una mirada a la oscuridad» (1977), las drogas como vehículo —literal— de llegada hacia otras realidades creadas, como en Los tres estigmas de Palmer Eldritchy la locura del «loco» que observa y describe con detenimiento la locura en otro que no deja de ser él mismo, como en VALIS. En todas hay personajes con distintos «momentos mentales» observados y construidos desde distintos puntos de vista, casi como un cubismo literario. Imagino, por ejemplo, a Amacaballo Fat, protagonista de VALIS como una Señorita de Avignon picassiana y literaria ofreciendo sus diferentes caras, dejando ver entre ellas la de un todopoderoso PKD enredado en la propia esencia de sus personajes con sus tentáculos de dios creador, con una fuerza similar a la de esa otra criatura también creada por él: Palmer Eldrich.

Señoritas de Avignon

Señoritas de Avignon

La locura subyace en la obra de Philip K. Dick como una viscosa presencia permanente que gotea entre los párrafos de muchas de sus historias desde diferentes perspectivas o situaciones, aunque en la mayoría de los casos podemos encontrar las drogas como nexo común, nada raro teniendo en cuenta el contexto social y los años en los que escribió gran parte de sus novelas. Imposible no tener en cuenta al antropólogo Carlos Castaneda y sus acercamientos al chamanismo desde la propia experiencia, que tanta huella dejaron en sus numerosos lectores y que, a su vez, no habrían sido ni llevados a cabo ni entendidos en un momento en el que no flotase en el ambiente una curiosidad desatada por los variados estados de conciencia que podía alcanzar el ser humano a través del uso de ciertas drogas. Philip K. Dick bebió de las fuentes de su época, experimentó y probó, pero quizás no habría que echarle la culpa de su «supuesta» locura a esto sino a una mente especial, la misma que podía escribir a un ritmo frenético. Y luego están esas «pruebas» que salpican su biografía y sus entrevistas, y que parecen indicar algo más, como la revelación que una «entidad superior» le hizo sobre la enfermedad de su hijo, decisiva a la hora de salvarle. Procediese de dónde procediese, Philip K.Dick / Amacaballo Fat tenía esa información. Llamémoslo existencia de seres no humanos que se comunican con nosotros o mente privilegiada. Tal vez sea verdad eso que dicen de que no aprovechamos todo nuestro potencial. Como me explicó recientemente un famoso mago, él ve lo que los demás no ven. Y yo lo entendí. Creo que Philip K. Dick también lo habría entendido, como habría entendido la frase con la que di comienzo a este artículo.

Philip K. Dick: La Locura del demiurgo o la perturbadora paradoja del creador creado
Philip K. Dick

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Mar Goizueta estudió Prehistoria e Historia del Arte en la Universidad Complutense de Madrid. Tras participar con sus relatos en diversas antologías, en 2018 publicó su primera novela, Reina en el mundo de las pesadillas (Ediciones Vernacci), que le llevó a ganarex aequo el I Premio Amaltea de Fantasía y a ser ChrysalisAwards como mejor autora emergente en los Premios de la European Science Fiction Society en 2019. Este mismo año ha publicado su primera recopilación de cuentos breves, Cuentos entre el sueño y la vigilia (Ediciones Vernacci).

2 Comentarios

  1. manuti 17 septiembre, 2019
  2. Santiago 21 agosto, 2020

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