Nieves Delgado Reseña «En estado salvaje», de Charlotte Wood

En estado salvaje.

En estado salvaje.

  • Autora: Charlotte Wood
  • Edición: Lumen, septiembre de 2017
  • Nº de páginas: 256 páginas
  • Formato: eBook
  • Lengua: CASTELLANO
  • Traductor: Miguel Temprano García
  • ISBN: 9788426404664
  • Comprar: Papel. Digital
  • Fecha de lectura: abril de 2018

Hoy tenemos la enorme suerte de contar con una reseña de quien, para mí, es la mejor escritora de Ciencia Ficción en español —con permiso de Felicidad Martínez—: Nieves Delgado. Si no habéis tenido la suerte de leer nada suyo, ya estáis tardando… Aquí van algunas recomendaciones:

Nieves Delgado y su veto.

Nieves Delgado.

Podéis pegar un repaso a su obra corta en la maravillosa antología Dieciocho engranajes en la que encontraréis, entre otros, su relato ganador del Premio Ignotus, Casas rojas. Si queréis leer una de las mejores novelas cortas de los últimos años, no os podéis perder UNO (reseña de Esteban Betancour, Artículo sobre Infodump y UNO, Artículo sobre novela corta y UNO). Y ahora que se acercan los Ignotus 2018, es imprescindible su novela corta 36 (Reseña), una de las grandes candidatas (podéis leer gratuitamente el relato Has venido a verme morir, incluido en la segunda edición) y el artículo La segunda división de la literatura, que también apunta como posible finalista.

Nieves Delgado reseña En estado salvaje, de Charlotte Wood

No conocía la obra, «En estado salvaje», y no conocía a la autora, Charlotte Wood, una australiana que se llevó con esta novela el premio Stella Prize en 2016. El libro me llegó casi por casualidad, por el comentario de una amiga que lo vio anunciado en alguna parte y creyó que podría interesarme. Poco tiempo después, y también por casualidad, lo encontré al fondo de una estantería en una de las librerías que suelo visitar. Me lo llevé, por supuesto, y estuvo unos meses en otra estantería, la de mi casa, esperando su turno al tiempo que, de alguna manera que no sé explicar, comenzó a reclamar mi atención cada vez con más insistencia. Hasta que, por fin, decidí que era el momento de leerlo (porque cada libro tiene su momento y no siempre es el lector quien lo elige).

Charlotte Wood

Charlotte Wood

El argumento de «En estado salvaje» no es demasiado complicado; diez chicas despiertan, cada una por separado y manifiestamente drogadas, en una misma casa en la que son retenidas. Allí se las despoja de sus posesiones, se les rapa la cabeza y se las obliga a trabajar duro por nada más que el escaso sustento que reciben cada día. Lo único que tienen en común es que han sido las protagonistas de algún escándalo sexual, siempre relacionado con hombres poderosos, tan poderosos que todas ellas se reconocen entre sí por la repercusión mediática que tuvieron esos casos en su momento. Este es el impactante punto de partida de la novela, que comienza del siguiente modo:

«Así que había dacelos allí. Fue lo primero que pensó Yala esa mañana oscura. Eso y “¿Dónde están mis cigarrillos?” Dos aves que prorrumpieron en ese variado y seco cacareo, un canto de pájaro antes de que saliera el sol, ruidoso y desquiciado.

Se levantó de la cama y notó unos tablones duros bajo los pies. También la aspereza extraña del tejido de un camisón sobre la piel. ¿Quién se lo había puesto?»

Parece evidente que, con un arranque como este, la novela va a girar en torno a la situación de estas mujeres, su evolución física y psicológica, la tensión entre la desesperación y la búsqueda de libertad. Un thriller en toda regla, vaya. Eso parece, ¿verdad? Pues no. Bueno, sí y no. Porque aunque todo esto está en la obra, yo diría que no va de eso en absoluto, que es solo una excusa, la manera que ha encontrado la autora de hablarnos de lo que realmente nos quiere hablar, que es la construcción de nuestra sociedad y el lugar que en ella ocupan las mujeres. Nada más y nada menos.

El peso de la trama recae en dos personajes, Yala y Vera, dos de las chicas secuestradas. El papel de las otras chicas es más ocasional, aunque de ningún modo secundario, y en la novela aparecen solo dos hombres, Boncer y Teddy, los encargados de custodiar a las mujeres. Con ellos hay también otra mujer, Nancy, que hace las veces de enfermera y es igual de implacable que sus compañeros. Es el contexto ideal para una de esas historias de buenos y malos que tanto le gustan a Hollywood.

Solo que, por suerte, Hollywood aún no le ha puesto las manos encima.

Porque lo importante de esta novela no es una premisa más o menos llamativa, ni un giro argumental asombroso; lo importante es la evolución de los personajes, la mutación del escenario, silenciosa e implacable, que lo va cubriendo todo como una nube que tapa el cielo limpio. Al principio de la historia nos preguntamos el porqué de la situación de estas mujeres, pero a medida que la acción transcurre nos importa menos. Como sucede con la maravillosa «La carretera» de McCarthy, no sabemos nada sobre las causas de lo que pasa y pronto nuestra atención deja de centrarse en las posibles causas para dirigirse al verdadero foco de atención, que es la interacción entre los diferentes personajes y cómo eso va modificando sus comportamientos e incluso sus personalidades. La fortaleza de esta novela no está en el punto de partida ni en el punto final ni en cualquier otro punto, sino el camino mismo que recorre, esa línea continua que dibuja un trazo que nos atraviesa por la mitad y nos engancha sin remedio como peces en un anzuelo. Es el Carpe Diem de la literatura. La narración pura. El instante presente como única alternativa.

La carretera

La carretera

La forma

La novela se divide en tres partes ―Verano, Otoño e Invierno― que no son exactamente capítulos sino que constan de escenas independientes que se nos presentan como retazos de una historia en la que se entremezclan recuerdos, situaciones presentes y pensamientos. La acción arranca con el despertar de Yala en la primera escena y de Vera en la segunda, ambas en habitaciones distintas, en una situación de total desconcierto. El tono de la narración es siempre tenso, intentando transmitir la angustia y emocionalidad de los personajes.

“Comprende que debería estar dormida por el miedo. Pero la lógica es imposible, el pensamiento sigue paralizado por lo que sea que le hayan dado. Como el destornillador de estrella en el tornillo equivocado, su pensamiento no encuentra asideros.”

Ambas, Yala y Vera, son muy diferentes entre sí y esa diferencia se acentúa a medida que transcurre la novela; a través de sus vivencias se nos cuenta, en tercera persona, todo lo que está pasando. Pero también las otras chicas tienen su propia personalidad. No son, como podría esperarse, un grupo compacto de mujeres que se entienden y apoyan para salir de una mala situación, sino que entre ellas hay  a veces conflicto, desconfianza, afinidades y reticencias; es decir, que antes que como prisioneras, se las trata como humanas. Y creo que ese es uno de los grandes aciertos del libro.

El panorama con el que se encuentra el grupo es este; no solo han sido secuestradas, sino que se las priva de todo lo que las hacía ser ellas mismas en su antigua vida. Se las obliga a dormir en unos espacios ―“perreras”― que son como cubículos, en un terreno rodeado por una valla electrificada en el medio de ninguna parte, y se las encadena y obliga a realizar trabajos forzados durante el día. Comen productos procesados y enlatados, y no cuentan con los elementos de higiene personal más básicos. Boncer y Teddy, que las tratan con mano de hierro ―sobre todo Boncer―, se ríen de ellas, de su falta de higiene, de su aspecto y de su situación, al mismo tiempo que flota en el aire una tensión sexual pegajosa, impregnada de miedo, que aumenta de manera continua durante toda la trama. Mientras, Nancy calla y se dedica a intentar captar la atención de Boncer, convertido en amo y señor del lugar. En todo ese proceso, los recuerdos del pasado afloran a la mente de las mujeres, a veces como destellos lejanos de algo que se aleja y a veces como causas inevitables de su presente. Y demasiado a menudo, golpean al lector como relámpagos descarnados.

“A Yala le daba miedo la ratona y su fría e incesante producción. Sabía que tenía que ver con ella, no con Darren. Tenía que ver con las mujeres quitándose los pelos en la camilla de Gail, con los bebés retorciéndose, con todas las cremas y lociones, con cuando le susurraban a su madre: «¡Qué guapa!», pero refiriéndose a algo que tenía que ver con el mundo de los adultos y que resultaba incómodo y cargado de ambigüedad.

     Y Yala sabía que tenía que ver con ese lugar, con su presencia allí, en esa fila de chicas desconcertadas que caminaban exhaustas. Ahora algunas cojeaban mucho mientras avanzaban a trompicones, encadenadas como prisioneras. Prisioneras.”

Todo empeora cuando se sabe que quien debería sacar de allí al grupo no va a aparecer; ya no es que sean prisioneras ellas, es que todos están atrapados en ese lugar. La segunda mitad del libro explora esta nueva realidad, en la que se mantiene para las mujeres el estatus de prisioneras, pero además comienza el racionamiento de comida y aparecen las primeras enfermedades. La historia gira entonces no hacia la búsqueda de la libertad, sino hacia la simple supervivencia. Es entonces cuando las personalidades de Yala y Vera divergen de verdad, la primera en el camino de la adaptación, la aceptación de sí misma y la comunión con la naturaleza, y la segunda más centrada en la venganza y el deseo de encontrar una salida.

El fondo

«En estado salvaje» no es una distopía, en el sentido de que lo que relata no es una sociedad alternativa en la que los humanos viven alienados de alguna manera. La acción podría estar transcurriendo hoy mismo, en estos momentos, en algún lugar del mundo. De hecho, cosas muy terribles les están pasando ahora mismo a grupos de mujeres a lo largo del mundo. Por eso lo que relata, o más bien denuncia la novela, es la distopía en la que de hecho vivimos en la actualidad sin ser conscientes de ello.

En primer lugar, las prisioneras lo son en relación a algún incidente de índole sexual con hombres poderosos. Algunas de ellas han denunciado acoso o violación y han sido puestas en la picota de la opinión pública por ello; es decir, están donde están por ser mujeres, por haber ejercido su libertad sexual o por haber denunciado que se la habían arrebatado. Surge desde el inicio la sospecha de haber sido traicionadas, aunque algunas se aferran a su antigua concepción del mundo, y lo que el lector puede acabar intuyendo es que de alguna manera es el patriarcado el que se está quitando de encima a estas mujeres molestas. A las que se han portado mal. A las que no han acatado las normas. Allí se les arrebata su femineidad, su belleza, las armas que las hacían poderosas, y se las convierte a cambio en poco más que mano de obra. Dejan de ser mujeres para no ser ni personas. Es la culpabilización de la víctima en estado puro, la acusación de inmoralidad, la vigilancia sobre el comportamiento sexual femenino llevada al extremo.

Pero el sistema patriarcal, como ya denunció tan magistralmente Margaret Atwood en su «El cuento de la criada», no se alimenta solo de los opresores, sino también de parte de los oprimidos. Nancy, indolente, participa de este cautiverio como si la cosa no fuera con ella porque, de hecho, ella no es una de las prisioneras. Es igual de cruel con las chicas que Boncer y Teddy porque está en el lado «correcto», el que le proporciona los mayores beneficios. Es la metáfora perfecta de la mujer patriarcal, que mira para otro lado y saca el mayor provecho que el sistema le ofrece. No obstante, también asistimos a momentos en los que son las propias mujeres las que se echan en cara sus pasados, asumiendo de manera implícita los esquemas patriarcales. Toda la novela está teñida de estos esquemas y hay pocos personajes que se atrevan a desafiarlos.

“El cardenal católico, las fotografías nunca publicadas de Hetty cuando era casi una niña, solo tenía dieciséis y, según se dijo, estaba tumbada como un bebé rollizo y feliz en el satén de color púrpura con brocados dorados. Ahora Vera sabe que lo que el cardenal había visto de cerca eran la boca roja y húmeda de Hetty, las cejas gruesas y negras, cargadas de una feroz carnalidad. Vio lo que Vera ve ahora, que Hetty era un perrillo musculoso, capaz de morder y follar con cualquiera. Si fuese un macho, el lápiz sonrosado de su polla estaría siempre al aire.”

El cuento de la criada

El cuento de la criada

Sucede, sin embargo, que a medida que se prolonga el cautiverio y las condiciones de vida se hacen más duras, aparece una cierta complicidad entre las prisioneras. De alguna manera, se hacen conscientes de que el hilo conductor de todas ellas, lo que las une, lo que las ha condenado a estar allí, es el hecho de ser mujeres. Pactan, se protegen y se ayudan, aunque también se pelean, se vigilan y se critican. Hacia el final del libro se hace patente un cierto tono compasivo que incluso sorprende; es como si al agotarse la esperanza lo único que quedara sobre la mesa, la única opción válida, fuese la benevolencia.

En segundo lugar, los hombres que intervienen en la historia, Boncer y Teddy (aparece alguno más, pero de manera anecdótica), son representados como insensibles hacia el sufrimiento del grupo de chicas y con pocos recursos intelectuales para superar situaciones inesperadas. Su brutalidad, sobre todo la de Boncer, corresponde al perfil del carcelero implacable y con un cierto toque sádico en su comportamiento. Y aunque mantienen charlas entre ellos, no llega a haber una verdadera amistad que los una; están allí porque tienen que estar y simplemente se toleran. Ambos manifiestan, curiosamente, una cierta dependencia emocional hacia las mujeres. Bromean sobre las chicas, sobre lo que fueron y lo que son, y valoran su físico de una manera descarnada y evidente. Boncer guarda en su interior a un animal sediento de sexo que se abre paso a medida que transcurre la novela y Teddy no para de hablar de una antigua novia, de lo mal que lo trató y de lo ridícula que era. Ambos tienen el poder en la casa porque tienen la fuerza, pero tienen también necesidades emocionales que focalizan sobre las chicas. Y es que eso es precisamente lo que hace también el patriarcado, acusar a las mujeres de producir trastornos emocionales en los hombres y justificar así sus comportamientos.

Por último, decir que como resultado de una pequeña investigación para hacer esta reseña, me encontré con el dato de que la novela está basada en una historia real sobre un grupo de niñas que fueron sacadas de una institución australiana ―una especie de centro de menores―, drogadas y llevadas a un lugar en el que se les dio  un trato inhumano. Lo que hizo la autora fue coger este caso, mezclarlo con varios sucesos públicos de mujeres víctimas de violencia sexual culpabilizadas por la opinión pública, y crear una novela en la que se expusiera la situación a la vista de todo el mundo. «En estado salvaje» ―nombre que, por cierto, sale de una frase del libro― es una tremenda alegoría sobre el poder del patriarcado, sobre las cosas que les pasan a las mujeres que no son obedientes. Es un esquema de la construcción de género que existe en nuestra sociedad y que, postula la autora, pervive incluso en las situaciones más desseperadas.

Y está ahí, como suele pasar con estas cosas, para quien quiera verlo.

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Nieves Delgado

Sus conocimientos de ciencia unidos a su pasión por los géneros de ciencia ficción y terror han hecho que su obra gire entorno a la tecnología y la inteligencia artificial​, casi siempre con un claro componente de reflexión filosófica. Empezó a publicar en el año 2012 (La condena)​ y en breve recibió su primera nominación a los Premios Ignotus por su relato Dariya (2014)​. Al año siguiente, volvió a estar nominada por su relato Casas Rojas y esta vez sí que obtuvo la victoria en la categoría de mejor cuento.

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