Los perros duros no bailan: el insulto a la inteligencia de los machos alfa

Los perros duros no bailan.

Los perros duros no bailan.

 

 

  • Autor: Arturo Pérez Reverte
  • Edición: ALFAGUARA, abril de 2018
  • Nº de páginas: 168 páginas
  • Formato: eBook
  • Lengua: CASTELLANO
  • ISBN: 9788420433134
  • Fecha de lectura: mayo de 2018
  • Enlace de compra: Comprar

 

 

 

Desde Alatriste no leía una novela del señor Reverte y, aunque haya seguido bastante de cerca su carrera como articulista, esto no me lo esperaba. Reconozco que he leído la novela empujado por comentarios, reseñas e hilos de Twitter —como este de Andrés Diplotti, que no os podéis perder— en los que la crítica parece destacar ciertos aspectos que el propio Reverte se ha encargado de dejar claros en entrevistas y presentaciones:

Los perros no son políticamente correctos; por eso son machistas.

Después de leer varios de sus artículos, escuchar entrevistas e incluso comentarios de expertos críticos literarios, me esperaba algo un poco más… ¿currado? Hablamos de don Arturo Pérez-Reverte Gutiérrez (CartagenaEspaña25 de noviembre de 1951), escritor y periodista español, miembro de la Real Academia Española desde 2003. Antiguo corresponsal de RTVE y reportero destacado en diversos conflictos armados y guerras, autor entre otras, de la saga Las aventuras del capitán Alatriste. (Sí, he tirado de Wikipedia). A mí la frasecita me recuerda a una que suele utilizar mucho mi padre con mis hijos. Es más, me atrevería a decir que la de mi padre, aunque utiliza una lógica parecida, por lo menos es divertida:

Tienes que comer muchas zanahorias, que son buenas para la vista. ¿A que no has visto nunca un conejo con gafas?

Es decir, Reverte intenta confundir al lector jugando con la irracionalidad de los animales para llegar al punto que realmente le interesa: todos seríamos machistas si no existiera la corrección política. Pues no señor Reverte, que los conejos no lleven gafas no significa que no existan conejos cortos de vista, simplemente significa que, de momento, no les proporcionamos unas. Lo mismo sucede con la corrección política y el instinto de procreación de los perros: olerse el culo los unos a los otros no es políticamente incorrecto y, por lo menos en mi caso, no es necesario para relacionarse con otras personas. A lo mejor debería usted comer más zanahorias, igual dejaba de ser tan corto de miras.

Reverte pensando en zanahorias.

Arturo Pérez Reverte.

Siguiendo con las gloriosas frases que, con su porte castizo, suelta en presentaciones y demás actos que un señor escritor de su talla debe de hacer, de nuevo intenta confundirnos acudiendo a libertad de expresión para defender su novela:

Siendo perro, he contado cosas que, como humano, se me hubieran echado encima todos los colectivos sociales. Cada vez es más difícil escribir. Vivimos un momento en el que todo es susceptible de crear conflicto. Estamos cortando la lengua a gente necesaria que no se atreve a hablar porque un tuit puede hundirles la carrera. Yo he pasado esa línea, y otros escritores como Javier Marías. No nos va a perjudicar una campaña en contra.

Creo, señor Reverte, que usted ha dicho y ha escrito lo que le ha dado la gana sin necesidad de inventarse patrañas, lo que me lleva a plantearme si esto no va más de marketing que de libertad de expresión.

Y ya para rematar, recurre a algo que sí que es verdad que se trata en su novela y, además, de una manera magistral: el maltrato animal. Me atrevería a decir que la misma historia, contada de otra manera y con esta parte de crítica social de fondo, hubiera sido algo extraordinario. Porque sí, yo también estoy de acuerdo con algunas de las críticas positivas que ha recibido la novela: el señor Reverte es un maestro del diálogo, sabe mantener el interés del lector como nadie y hay momentos de la trama en los que la tensión dramática se consigue de una manera magistral. Pero la pela es la pela y un texto polémico le asegura cierto número de ejemplares vendidos.

Vergonzosa es la actitud de los legisladores ante al maltrato animal: un delito que sale tan barato a quienes lo perpetran, un año de cárcel que no se cumple y unas multas que a veces ni se pagan.

Totalmente de acuerdo con usted, señor Reverte, pero yo creo que no deberíamos perder de vista —en este caso me vienen que ni pintados sus perros y las manadas— a aquellas a las que usted, perdón sus perros, dedican frases como las siguientes:

Margot era, y lo sigue siendo, una perra resentida, áspera, feminista —ninguno de nosotros podía alardear de haberla montado nunca— y con muy mala leche.

Los perros somos machistas, oigan. Faltaría más. Y a mucha honra.
Pero Dido, como dije, era demasiada perra. Lo encajó sin pestañear.

Mientras la montaba —con más urgencia que habilidad, pues grandullón como soy siempre fui torpe con las hembras—, Dido se había limitado a quedarse quieta, flexionadas las patas de atrás. Sumisa, y punto. Pero cuando Teo tomó el relevo con sus modales de chulo de barrio, con su manera canalla de sonreír pasándose la lengua entre los colmillos, ella torció el pescuezo y empezó a tirarle mordiscos apasionados mientras ladraba, enloquecida. Aullando como una perra.

Esas de las que sus perros dicen que «Ellas, las perras, siempre lo saben» están siendo violadas y las penas no son elevadas. Porque la pena para un acto que atente contra la libertad o indemnidad sexual sin que medie consentimiento, incluso cuando la persona se halle privada de sentido, tenga un trastorno mental o la voluntad anulada mediante el uso de fármacos, drogas o cualquier otra sustancia natural o química idónea a tal efecto, es de uno a tres años o multa de dieciocho a veinticuatro meses. Ahora es cuando salen los listos diciendo que eso no es violación, es abuso sexual. Pues bien, les recuerdo que puede existir violación (acceso carnal por vía vaginal, anal o bucal, o introducción de miembros corporales u objetos por alguna de las dos primeras vías) dentro del abuso sexual y la pena tampoco es mucho mayor: 4 años.

T de la Real Academia.

T de la Real Academia.

 

También me gustaría recordarle que como escritor y miembro de la Real Academia Española tiene usted una responsabilidad, al igual que los demás tenemos la nuestra en nuestros no tan conocidos oficios, para con la sociedad. ¿Qué cree usted que sentirá ese niño/adolescente que tenga miedo de reconocer su identidad sexual y que lea en sus libros frases como esta?

«Divino de la muerte, o sea. Maricón de concurso. […] Lo volvían loco los perros callejeros sin raza ni escrúpulos, a los que pedía que lo azotaran con el rabo y lo llamaran perra.»

Pero bueno, yo no venía a hablar de todo esto que ya está muy trillado. Hay algo que me ha sorprendido mucho viniendo de usted, señor Reverte: la manera que tiene de insultar la inteligencia del lector. Nadie pone en duda que es usted un escritor brillante, una persona culta, y alguien que sabe muy bien lo que quiere y a dónde quiere llegar. Por ello, todo lo que he contado hasta ahora no me parece más que fuegos de artificio para vender más novelas ya que, en el resto, considero que no se ha esmerado mucho. O a lo mejor es que considera usted que al tipo de lector al que se dirige la novela le va a dar igual la calidad, o no es lo suficientemente inteligente como para darse cuenta (de ahí el título de mi artículo).

Porque seamos serios, señor Reverte: la palabra feminista aparece una única vez en toda la obra, mientras el famoso «canalillo» (canal de donde los perros beben agua anisada que sale de una destilería…) aparece diecisiete veces en los dos primeros capítulos, acompañado de «lengüetazo», «lametón», «chupando», etc. ¿Ese es el tipo de crítica social que cree que le va a gustar a sus lectores? ¿El humor de mus y Farias?

Pero vayamos más allá. Podemos pasar de este tipo de humor, incluso puede resultarnos hasta gracioso cuando un perro llama a otro «Esnob hijo de perra», o le dice uno a otro «Que tienen pulgas pendientes, tío». Pero cuando en los blurbs de la novela tenemos que aguantar frases del estilo de la que voy a mencionar ahora, me hierve la sangre:

Su sabiduría narrativa, tan bien construida siempre, tan exhaustivamente detallada, documentada y estructurada, hasta el punto de que, frente a todo ello, la historia real resulta más endeble y a veces hasta tópica.

¿En serio? ¿Es esto una historia exhaustivamente detallada, documentada y estructurada? Por favor, señor Reverte… ¡Esta novela la ha escrito usted en 4 días, no se ha documentado una mierda y tiene más incongruencias que un discurso de Donald Trump sobre Siria! Ha confiado en caldear el ambiente en sus presentaciones previas y es lo que me ha hecho darme cuenta de que no es una novela que deba ofendernos a los y las feministas. Al contrario, tiene que ofender a su público objetivo: los machos alfa machistas.

La verdad es que no iba a escribir esta reseña. Me parecía que era lo que usted estaba buscando: un poco de ruido en las redes sociales para que se hablara de ella. Pero una presentación de dos novelas a la que asistí la semana pasada me hizo cambiar de opinión. Era la presentación de Mujeres errantes de Pilar Sánchez Vicente y de Las largas sombras de Elia Barcelo, una de mis escritoras preferidas. En dicho evento ambas contaron lo importante que era para ellas el desarrollo de los personajes y la consistencia interna. Elia contó una anécdota que finalmente ha sido la que me ha hecho estar aquí escribiendo.

¿Qué dice Elia Barceló de esa afirmación?

Elia Barceló

En la anécdota, relataba varios episodios ocurridos los primeros años de su carrera como escritora en los que los correctores le cambiaban frases de sus personajes porque no eran, según ellos, correctas. Hablaba de que, cuando algún personaje ha vivido en un pueblo y no ha podido formarse, tiene que hablar como le corresponde y no con la voz de la autora. Por eso, señor Reverte, me pregunto si no será que sus correctores no se han dado cuenta de que el protagonista de su novela no es, como usted describe, un personaje que esté para muchos alardes:

No soy un perro inteligente, como dije. Ni siquiera listo. Y los años de Desolladero no me afinaron la claridad de ideas: a veces los sesos parecen movérseme como si estuvieran sueltos.

Pues ese perro que no es inteligente, ni siquiera listo y que los años en el desolladero han dejado con los sesos bailando, nos va contando sus reflexiones que, como todo el mundo podrá apreciar, son bastante simples:

Vislumbré ese futuro, o más bien la ausencia de él, con margen suficiente para curarme en salud; y antes de que los años y las fatigas me convirtiesen en despojo listo para el remate, quise demostrar que también podía ser útil fuera de la palestra.

Y no contento con esto, pasa de ser ese perro que se nos vende como el adalid de la lealtad, defensor de sus amigos y protector de indefensos, a alguien cuyo discurso es bastante reconocible (no diré que se trate de usted), que está familiarizado con zoológicos y monos pajeros, y que reflexiona sobre la libertad de expresión y la fiscalización a la que algunos dicen verse sometidos:

Una de las ventajas que los animales poseemos sobre los humanos es que nadie nos exige ser políticamente correctos. Ahí jugamos en casa. Miren los monos: todo el día dale que te pego al manubrio o la coyunda, a su rollo, con los niños encantados en los zoológicos y los padres riendo la gracia. O sea, que los animales estamos a salvo de esa clase de gilipolleces. De momento, al menos. Nadie anda fiscalizándonos, y cuando se impone nuestra naturaleza tenemos la excusa de que somos, dicen, irracionales. Así que nos dan manga ancha. Cuartelillo, vamos.

Y podría seguir con varios ejemplos, citas y pensamientos «perrunos» que me suenan a cuerno quemado. Pero me estoy empezando a aburrir y no me apetece seguir con esta farsa, ya es suficiente. Por ello, voy a terminar con una posible segunda parte de la novela en la que los protagonistas podrían dejar de ser perros y perras para pasar a ser cabras y cabrones. Yo creo que puede usted sacarle más jugo e incluso aprovechar diálogos ya escritos:

Pier era, y lo sigue siendo, un cabrón resentido, áspero, machista—ninguna de nosotras podía alardear de haberlo montado nunca— y con muy mala leche.

Las cabras somos feministas y abiertas de mente, oigan. Faltaría más. Y a mucha honra.
Pero Dido, como dije, era demasiado cabrón. Lo encajó sin pestañear.

Mientras lo montaba —con más urgencia que habilidad, pues grandullona como soy siempre fui torpe con los machos—, Dido se había limitado a quedarse quieto, flexionadas las patas de atrás. Sumiso, y punto. Pero cuando Teo tomó el relevo con sus modales de chulo de barrio, con su manera canalla de sonreír pasándose la lengua entre las barbas, el torció el pescuezo y empezó a tirarle lenguetazos apasionados mientras balaba, enloquecido. Aullando como un cabrón.

Terminaré diciendo que, si se atreve a escribir esa novela, aquí tendrá a un comprador fijo. Los lectores del blog saben que estoy como una cabra, así que ya sabe con qué bando me sentiré identificado. El bando de los cabrones es sencillo de encontrar.

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9 Comentarios

  1. Óscar Iborra 15 mayo, 2018
  2. Stiby T 15 mayo, 2018
  3. f 14 junio, 2019
  4. Ariadna 12 julio, 2019
    • Origen 12 julio, 2019
  5. Arturo Vázquez Núñez 21 enero, 2020

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