Enhorabuena, escritor novel, has escrito tu primera novela. No te veías escribiendo la palabra FIN, pero lo has logrado.
Empieza el proceso de corrección y meses más tarde, o años, dependiendo de tus propias circunstancias, tienes en tus manos un manuscrito que se parece un poco a la historia original, que ha sufrido una suculenta poda y al menos lo han leído tres de tus beta readers preferidos.
Has sudado mucho y, aunque seguramente pienses que ese documento puede ser mejorable, te plantas y decides que vas a presentarlo a una editorial.
Navegas por Internet en pos de información y descubres que todos los blogs especializados dicen lo mismo: busca editoriales afines al género de tu novela, no envíes nada si no hay plazo de recepción de manuscritos y, lo más importante, registra tu obra.
Lo haces todo a rajatabla y encuentras la primera editorial a la que presentarte. Abres tu bandeja de correo electrónico, tecleas «manuscritos@publicaconnosotros.com» y te quedas media hora delante de un mensaje en blanco, porque no sabes cómo presentarte. Escribes un «Hola», lo borras porque te suena demasiado informal. ¿Qué haces? ¿Hablas primero de ti? ¿Y si piensan que eres un egocéntrico? Finalmente, haciendo acopio de toda la naturalidad que puedes, y con la buena educación por bandera, consigues redactar algo que te suena bien. Sin mirarlo y habiéndolo leído más veces que el propio manuscrito, le das a enviar.
Se hace el silencio y sientes algo raro… No lo sabes, pero se llama vértigo.
Con un poco de suerte, al día siguiente, o a las cuarenta y ocho horas, recibes el acuse de recibo, en el que simplemente te notifican que lo han recibido bien y que tardarán, como mínimo, seis meses más en valorar tu novela.
Pasa el tiempo. En la bandeja de entrada hay un correo con el mismo asunto que pusiste, tu corazón late frenéticamente. Te da miedo abrirlo y te repites que te van a decir que no te van a publicar.
Lo abres y… ¡Te has equivocado! Con la cara llena de lágrimas de alegría y pensando que no te puede estar pasando a ti, lees que vas a tener el placer de publicar con esa editorial. El placer es tuyo, porque ellos son lo más (es ironía). Llamas a tus padres, a tus abuelos, a tu tía Paqui a la que únicamente ves en Nochebuena, compañeros del curro, a tu podólogo… Durante las próximas semanas aprovechas cualquier circunstancia para sacar el tema de que una editorial va a publicar tu primera novela.
Y vuelve de nuevo el trabajo. Como eres nuevo en esto, decides que todo aquello que tu editor te diga va a misa, pero sabes que tras todas las revisiones por las que has hecho pasar a tu novela es imposible que encuentre un solo fallo.
El mundo se te cae encima cuando te devuelve un manuscrito lleno de tachones rojos y comentarios jocosos. A partir de ese momento, tienes tres o seis meses para devolverle un manuscrito con esos errores rectificados.
La primera semana de corrección te quieres morir de la vergüenza. ¿Cómo es que has puesto dos veces la palabra hogar tan seguida? ¡Eres un miserable! ¿Cómo no te has dado cuenta de que todo un párrafo no aporta nada a la historia, salvo una maravillosa descripción de un páramo abandonado? Cortas, podas, decapitas… Todo porque lo dice tu editor y, obviamente, él sabe más que tú.
A la segunda semana de corrección empiezas a sospechar que… hay cambios que… ¡Pero si ese capítulo entero es un homenaje a Los Goonies! ¿Por qué quiere que lo quite?
A la tercera semana, literalmente estás hasta los huevos y piensas que te están tomando el pelo, que está trabando tu estilo, que… De repente recibes un e-mail suyo enseñándote la portada de tu retoño, se reinician las ganas de seguir trabajando y vuelves a estar como estuviste durante la primera semana de corrección.
Y llega la firma del contrato. Tú serás el autor y él, el editor… Vas a ser el que menos cobra de todas las piezas de este puzzle editorial, pero tienes que estar agradecido: han confiado en tu historia, cuando seguramente nadie más lo haría.
Puedes decir que alguna cláusula no te gusta, otras no piensas que tengas que utilizarlas nunca (como la maravillosa cláusula que dice que cualquier tema legal será competencia de los juzgados de tal ciudad).
Es el último paso. Solo tienes que estampar tu rúbrica y, oficialmente, serás escritor.
¡Bravo! Ha sido un parto largo, pero tu retoño marcha a imprenta y tienes fecha de salida. Te sientes importante. ¡Por fin van a poder leerte!
Buscas sitios donde hacer presentaciones, y el primer lugar en el que piensas es en cierta librería que…. ¡No! Tu editor te para los pies y te dice que es mejor que la primera presentación sea en un lugar público, donde no te cobren un porcentaje, ya que así en lugar del diez, te agenciarás el cuarenta por ciento… Vale, acudes a la biblioteca del pueblo. Envías eventos por todas las redes sociales, hablas con todos tus primos, incluso de nuevo con tu podólogo. Le pides a tu madre que «pgepague una sena de picoteo» y cuando llega la fecha te encuentras en que has convertido una biblioteca municipal en un salón de bodas, donde todos se sientan a escucharte contar lo maravilloso que ha sido crear ese libro, donde finalmente se brindará con cava y comeréis tortilla de patata, empanada gallega y canapés varios.
Vendes mucho, tanto que cubres con toda tu familia ese compromiso de ventas que había en el contrato (y que antes no he mencionado) en el que te comprometías a vender unos 70 ejemplares, con los que la editorial terminaba de cubrir los gastos que ha supuesto imprimir tu novela.
Esa noche no duermes de la emoción… ¡Por fin te has podido marcar un Paco Umbral! Y delante de todos has dicho con voz enérgica ¡Yo he venido a hablar de mi libro!
Pasa el tiempo y obviamente las ventas van bajando, pero tu editor se mantiene contento. Vas a alguna librería y consigues colarte entre los 20 más vendidos del mes de noviembre. Sabes que algo estás haciendo bien.
Te proponen ir a ferias, te dicen que ya están apalabradas ciertas reseñas, te anuncian que vas a estar en las grandes tiendas… Y lo más fuerte de todo… ¡Vas a ganar el premio a escritor revelación en el festival de cómics de la ciudad donde está la cláusula esa de los litigios! ¡Que se ría Stephen King!
Pero el tiempo pasa, y para las personas que tenéis buena memoria, más lentamente.
Resulta que pasas a diario por la sección de libros de fantasía de cierta tienda que vende libros. Buscas el tuyo, pero no está. Seguramente en las demás sí que estará (vuelve a ser ironía). Te pones en contacto con tu editor para preguntarle por las reseñas porque por tu cuenta has conseguido un par (incluso alguna entrevista para la radio), pero no hay ni rastro de las que te prometió. No te responde hasta semanas más tarde, y te da unas respuestas tan ambiguas que cuando cuelgas no sabes si habéis estado hablando del libro, o de los juanetes de su abuela. Y, por último, ya con la mosca detrás de la oreja, le vuelves a preguntar por lo del supuesto premio, a lo que te contesta que «han metido en la cárcel a…» ¡Ue, ue, ue! ¡Para, para!
No te interesa saber a quién, por qué, ni nada al respecto. Lo realmente importante es que te has quedado sin reseñas, sin distribución y sin premio. Empiezas a pensar que esto no va del todo bien.
Pasa el primer año de vida y, obviamente, como sabes que has vendido algo, le pides a tu editor algún informe de ventas, a lo que alegremente te contesta que vas a percibir algo de dinero, que podrás permitirte algún capricho esas navidades… Y se vuelve a hacer el silencio.
Pasan las fiestas y vuelves a preguntar. Te contesta en un e-mail en el que hay números con explicaciones vagas: que si el precio del libro sin IVA, que si el porcentaje de descuento, que si las devoluciones, y terminas estando en saldo negativo, y que en lugar de pagarte a ti, deberías pagar unos ejemplares que todavía tienes en tu casa, pero que te lo descuentan de los royalties porque están contentos con las ventas de esa novela y no te van a pedir nada.
Pero tú no estás nada contento. Es más, tienes los ánimos por los suelos porque has pasado de ser el autor revelación a un moroso de libros. Pero como a determinación no te gana nadie, sigues escribiendo y nace tu segunda novela.
Como esta editorial te conoce, le mandas directamente el manuscrito. Te dice que es maravilloso y te vuelven a enviar el documento con tachones rojos. ¡Pero ya no eres el mismo! Ahora te das cuenta de que todas las cosas que quiere que cortes simplemente tienen la función de reducir la novela y por lo tanto el coste.
Y decides, como si fueses un marido infiel, probar con otras editoriales y otros proyectos.
Vuelves a estar como al principio, buscando editorial (aunque crees que ya empiezas a conocerlas). Te hablan de una, mandas un e-mail (sigues sin saber cómo presentarte) y misteriosamente, al cabo de pocos días te responden. Les ha gustado el fragmento y quieren leer más, pero esta vez tardarán en contestarte.
Pones ambas editoriales en una balanza: la primera lleva dos años sin pagarte, y la nueva tiene todavía el beneficio de la duda. La elección es fácil.
Como has sido el último en entrar en esta nueva editorial, te avisan de que tu novela seguramente se publique al cabo de otros seis meses, pero como no tienes prisa, aceptas y ves cómo, poco a poco, van saliendo las novelas que van antes que la tuya.
Pero un día, recibes un e-mail que empieza a cambiarlo todo. Algo no funciona del todo bien y han de bajar el ritmo. Suspiras aliviado porque no son del todo malas noticias y, como eres un ser humano, comprendes la situación. No pasa nada.
Sigue pasando el tiempo y de la primera editorial sigues sin recibir noticias (eso quiere decir que no sabes ni cuántos ejemplares hay de la novela, ni dónde están, ni si se han vendido).
De repente, tu nueva editora te llama y te dice: «las cosas no están bien» y te explica los problemas por los que está pasando una editorial pequeña. Sobre todo agradeces la sinceridad, porque te comenta que las condiciones, si quieres seguir publicando con ellos, van a cambiar.
En primer lugar, te harán una tirada pequeña y, en segundo, la duración del contrato será de 365 días.
Hablas con tu amigo el ilustrador, con el que vas al 50% porque te hace la portada y las ilustraciones del interior y te dice que, como menos es nada, que sigamos adelante. Y os embarcáis en esa nueva aventura.
Cambio de editorial, cambio de paradigma de corrección. Sientes que así debían de haber funcionado las cosas la primera vez. Decidís entre todos el diseño de la portada y todo está preparado para marchar al horno.
Preparas tu presentación y se te caen las lágrimas porque esta vez no te ponen trabas sobre el lugar. Eso sí, sientes reparos en si has de movilizar a toda tu familia y al podólogo, así que esta vez optas por algo más íntimo. Eso sí, tu madre está en primera fila, con sus amigas, hinchada cual pavo real. Aun así, consigues posicionarte de nuevo entre los veinte más vendidos del mes. Vuelve el sentimiento de que lo estás haciendo bien, hasta que te da por entrar en las redes sociales.
¿Por qué tu editorial no habla de ti? ¿Por qué los únicos mensajes en los que aparece el título de tu novela son los que habéis puesto tú, tu madre y tu podólogo? Y tu cabeza, por mucho que te digan que eres bueno en lo tuyo, te martillea con ideas como que quizá no estés hecho para esto y surgen las preguntas: «¿por qué te castigas así? ¿Por qué no lo dejas? ¿No serás más feliz?»
No, no y no. Tú sabes que escribes porque lo necesitas, porque es una terapia para luchar contra la realidad, porque es una vía de escape, porque te volverías loco si no pudieses vomitar esas historias sobre un trozo de papel…
Para colmo, como combustible al síndrome del impostor que te azota casi desde tus inicios en el mundo de la literatura, empiezas a ver que esta nueva editorial acude a ferias, en las que se exponen muchos libros, varios títulos, pero que ninguno es el tuyo. Las excusas pensando que, al ser una tirada corta, todos están entre la distribuidora y tú, pero ¿no podían haber pedido un par?
Y sigues leyendo por las redes, autoalimentando al impostor… ¿Por qué ellos sí y tú no?
Te acuerdas de la primera editorial, de la que sigues sin saber nada. Intentas pedir información a tu editor, pero sabes que está demasiado ocupado con su nuevo triunfo (una serie de libros parecidos a cierta colección de los ochenta). Y vuelven las preguntas y vuelves a intentar escribir, pero nada sale, y te entristeces y vuelves a pensar en abandonar, y cuando estás a punto, cuando piensas que no vas a volver a escribir nada más, viene una persona y te dice: «¿Quieres publicar lo que te ha pasado? ¿Quieres contar tu historia?»
Te sientas delante del ordenador, escuchando a Linkin Park y empiezas… Y no paras. Lloras, pero esta vez de alegría porque esa persona, con ese simple comentario ha desbloqueado lo que tanto tiempo guardabas en tu interior.
Vuelves a estar preparado. Sientes que tienes ganas de volver a intentarlo, las veces que haga falta, porque a testarudo no te gana nadie, y sabes que, contra viento y marea, granizos, tormentas, huracanes y terremotos, nada te parará a la hora de cumplir tus sueños.
Porque, soñador, nunca dejes de soñar.
Las 1001 maneras de romper los sueños de un escritor novel
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Me he visto 100% representado en este artículo. Gracias, de veras. Hace poco, una de mis mejores amigas (que es booktuber) subió un vídeo intentando animarme y creo que estaría bien ponerlo aquí con vuestro artículo.
Espectacular el retrato que has hecho de los miles de aficionados a la escritura que nos vemos reflejados en tu historia; bueno, a lo mejor no de miles, pero por lo menos yo si me he visto “retratado”. Un abrazo.