LOS CUATRO GUERREROS. Durante este diciembre, en OC entrevistamos a cuatro autores de éxito que, además, son amigos entre ellos. Os lo contamos aquí. Hoy, el segundo guerrero: el samurái de valores puros.
Hoy, más que entrevistar a un famoso escritor, tengo la sensación casi de entrevistar a un amigo. Aunque aún no nos conozcamos en persona, y todo es por mi culpa, he compartido muchas charlas con David B. Gil. Hemos discutido de política y hemos hablado sobre el oficio de escritor. David está acabando de pulir su próxima novela, que verá la luz en 2019. He tenido la oportunidad de poder leer algunos fragmentos y “ups, he did it again”.
Cuéntanos lo que puedas y quieras de tu próxima novela.
Intentaré responder a esta pregunta sin llevarme un tirón de orejas de mi editor. Puedo decir que después del cambio de género que supuso Hijos del dios binario, regreso al Japón feudal, y lo hago con una historia a medio camino entre la investigación criminal y el relato épico de aventuras. Volvemos a tener un Japón transido por la guerra y las conspiraciones, volvemos a tener duelos a espadas, asesinos en las sombras y personajes zarandeados por el destino. Pero sobre todo tenemos a dos protagonistas de mundos distintos unidos por el hilo del karma, dos personajes que ojalá apasionen a los lectores tanto como a mí.
Y ahora déjame hablar de algunas de mis sensaciones al leerla. Tú me rebates. Repites escenario con “El guerrero a la sombra del cerezo” (SUMA), una misma época histórica, de hecho, hay coexistencia temporal, aunque vamos a otras provincias del Japón feudal. Me da la sensación que más que un escenario histórico, nos encontramos en un pequeño universo propio, a modo de los worldbuilding del fantástico.
Es muy posible. Siempre digo que el Japón feudal que utilizo como escenario literario es el Japón de mi imaginación, el que he ido construyendo en mi mente desde la adolescencia, a través de las novelas de Eiji Yoshikawa, los diarios de viaje de Matsuo Basho, los delirios de Yukio Mishima, los mangas de Kazuo Koike o las pelis de Akira Kurosawa. Es un Japón que comparte unos paisajes, inquietudes y parámetros narrativos que me son propios. Pero también es un Japón con un fuerte trabajo de documentación detrás, con una gran vocación por recrear un costumbrismo fidedigno.
En ese sentido, Juan Cuadra quiere saber qué siente un friki en la corte de los escritores históricos: recientemente estuviste en el festival de novela histórica de Úbeda, estando incluso nominado El Guerrero a la Sombra del cerezo. La pregunta es ¿cómo un frikazo como tú ha logrado infiltrarse entre esos señores serios con barba?
Me siento un pequeño impostor, en realidad. Entre otras cosas porque soy mucho más un lector de fantasía o ciencia ficción que de novela histórica. Cuando comencé a trabajar en El guerrero a la sombra del cerezo mi vocación era contar una historia de aventuras como las que me entusiasman, quería escribir mis propios héroes imperfectos y mi propia épica, la recreación histórica es una consecuencia de ambientar dichos relatos en un contexto real. Siempre digo que mis novelas tienen más que ver con historias de aventuras y conspiraciones como Canción de hielo y fuego que con esos libros que novelan acontecimientos históricos. Sí es cierto, en cualquier caso, que hay por mi parte una obsesión por ofrecer al lector una imagen verosímil y compleja del Japón de aquella época, y es algo que la comunidad de los lectores y autores de histórica han valorado a través de premios como el Hislibris, o con esa nominación a mejor novela histórica publicada en 2017 que antes mencionabas.
Me fascinan tus personajes femeninos. Son todo lo que pueden ser, sin dejar de estar limitadas por lo que su momento y su sociedad les permitía. Lo vimos en “El guerrero a la sombra del cerezo”, pero creo que aquí vas más allá, con mujeres que pagan precios muy altos por ser quien quieren ser.
Algún lector me ha achacado escribir personajes femeninos demasiado “empoderados”, digamos, para el periodo histórico que habitan. Creo que siempre han existido mujeres que han luchado por forzar los límites, por ir más allá de lo que la sociedad les permitía; bien es cierto que eran excepciones, pero son excepciones cuya existencia está bien documentada, como es el caso de Okuni de Izumo o Tomoe Gozen, y yo aprovecho la coartada que estas mujeres excepcionales me ofrecen para crear a mis propios personajes femeninos. Si hubo una Tomoe Gozen que comandó a hombres en el siglo XII, ¿por qué no una Yukie Endo que haga lo mismo en El guerrero a la sombra del cerezo? En el fondo lo que subyace es mi deseo de escribir a estas mujeres; sencillamente, no me interesa una historia sin personajes femeninos fuertes y proactivos.
Hace poco, en el podcast de Treinta teclas por hora, hablando sobre el proceso de documentación, decías que no dejas que la verdad histórica te estropee tu historia, que si debes forzar la realidad histórica, lo haces. Ponnos un ejemplo.
En El guerrero a la sombra del cerezo tenemos a un médico japonés que emplea técnicas de medicina occidental a principios del siglo XVII, cuando los primeros casos documentados de médicos japoneses que abandonaron la tradición kanpo (la medicina ancestral china) para abrazar la medicina occidental no se producen hasta un siglo después, con la difusión de las técnicas científicas traídas por los holandeses. Pero me interesaba este personaje que encarnaba el conflicto entre lo clásico y lo moderno, y me dije «si los misioneros jesuitas abrieron hospitales en Kioto y en Kyushu, ¿por qué no podría un médico japonés haber entrado en contacto con ellos e interesarse por sus técnicas médicas?». Es algo que no sucedió, que sepamos, pero podría haber sucedido, y de nuevo eso es coartada suficiente para mí. Siempre he pensado que del concepto «ficción histórica» el que más me atañe como escritor es el de ficción, así que si mi relato va a funcionar mejor forzando la realidad histórica, no dudaré en hacerlo.
En el podcast también decías que la documentación debe ser invisible (y estoy muy de acuerdo que en tus libros no infodumpeas). Desarrolle su argumento.
Creo que los escritores tienen que hacer un trabajo de documentación exhaustivo y riguroso, tomar muchas notas de aquello que sea útil para la historia que quieren contar, y después olvidarse de todas esas notas hasta que sean imprescindibles. Una vez te sientas a escribir, el relato debe ser el centro de todo, no debe preocuparte otra cosa más que contar tu historia de la mejor manera posible; y si para ello es necesario explicarle al lector cómo se construía un castillo o cómo se disparaba un arco, hazlo de la manera más sutil posible. Pero no describas pormenorizadamente un castillo por el mero hecho de que te gustan o porque has invertido mucho tiempo en investigarlos, hazlo solo si es imprescindible para contar tu historia.
Venga, no mintamos. En “El guerrero a la sombra del cerezo” hay una máster class de gô y otra de tejer sandalias con esparto, detallada a niveles desquiciantes (aunque fascinante).
De acuerdo en lo de las sandalias (y que conste que la versión final está muy reducida respecto a lo que escribí en un principio); pero en mi defensa diré que no es una escena gratuita: me permitía mostrar cómo el hijo de un señor samurái, nacido para ser servido, se entregaba a aprender algo tan indigno como el arte de hacer sandalias. Quería hablarle al lector de la transformación mental que se había producido en Seizo Ikeda, cómo había asumido su nueva realidad. Aunque ciertamente no habría podido discutir con el editor si hubiera decidido eliminarla, pues no era imprescindible para el desarrollo de la historia.
Pero el caso del gô es completamente distinto; este juego tradicional es el desencadenante de acontecimientos fundamentales para la trama, así que era necesario mostrarle al lector sus sutilezas y complejidades. Y por el feedback que recibo de los lectores, creo haberlo resuelto bien, pues muchos han disfrutado con estas escenas; gracias, en gran medida, al peculiar maestro de gô que encontramos en la novela.
Y hablando de cosas invisibles, según Aranzazu Serrano hay algo que no se ve nunca en tus novelas: Teniendo en cuenta que el sexo es parte de la vida cotidiana (incluso en el Japón medieval, y en eso los japos tampoco se cortan mucho), ¿Por qué no hay sexo en tus libros? ¿Pudor personal o literario, norma de estilo, otra razón…?
No, qué va, ni pudor ni estilo literario. De hecho, en mis novelas hay personajes que emplean la sexualidad en su provecho, y personajes que se acuestan con otros “fuera de cámara”, pero no hay escenas de sexo explícito porque todavía no se ha dado la situación en la que esto le aporte algo al relato. Siempre he pensado que, narrativamente hablando, la tensión sexual es mucho más interesante que el sexo en sí; pero si se presenta una situación en la que una escena de sexo me puede ayudar a definir mejor a un personaje, o puede resultar útil para el desarrollo de los acontecimientos, sin duda la usaría.
Hemos hablado solo de tus novelas históricas, pero te hiciste conocido por una novela de ciencia ficción que coqueteaba con el ciberpunk: Hijos del dios binario (SUMA). ¿Qué hay del David autor de cifi?
Me apasiona la ciencia ficción como lector y, por ende, también como escritor. Pero la realidad es que en este país la ciencia ficción vende poco pese a tener autores de un gran nivel cultivando el género; autores que, de escribir en inglés, probablemente podrían ganarse la vida con su literatura. Hijos del dios binario nace como un thriller impregnado de ese gusto por la ficción especulativa que tengo como lector, pero es una novela publicada por una editorial generalista como SUMA. De haber dado rienda suelta a la vertiente cyberpunk de la historia, de haberla hecho más de género y menos thriller, lo más probable es que nunca se hubiera publicado. Eso no quiere decir que haya desertado de las filas de la ciencia ficción; si surge una historia que merece la pena, al final me veré obligado a contarla.
En ese mismo contexto, Concha Perea pregunta: ¿Después de que He Jiankui haya creado a las dos primeras niñas modificadas genéticamente estamos más cerca del futuro de Hijos del dios binario?
La verdad es que la noticia me puso los pelos de punta; no porque no me la esperase (cualquier lector de Hijos del dios binario ya sabe a lo que me refiero), sino porque creía que se postergaría mucho más, un par de décadas al menos. Al final, el capital hace que la ética científica salte por los aires; parece que la única pregunta pertinente es si algo puede hacerse (y si es rentabilizable), no si debe hacerse. Y creo que ese es uno de los conflictos modernos que los autores de género debemos abordar a través de la ficción.
Por cierto, antes de terminar. Dame un consejo para petarlo como autor, no tanto como tú, pero que me quede cerca. Lo de “trabajar, trabajar, trabajar” ya me lo sé, el Cañadas y tú sois muy pesaos en eso.
Jajaja, somos pesados porque es una de las pocas verdades irrefutables en esto de escribir. El éxito (y este es un concepto tan engañoso como relativo) es una ecuación con varias incógnitas y una serie de constantes. El trabajo es una de estas constantes, la calidad literaria es otra (aunque hay quien despeja la ecuación sin necesidad de conocer este valor), y diría que la obstinación y la suerte también son imprescindibles. El resto de las incógnitas no las conoce nadie, ni los editores. De lo contrario, solo se publicarían bestsellers, y ya sabemos que eso no es así.
Acabo con algo que ya dije, más o menos, en la reseña que hice de “El guerrero a la sombra del cerezo”: si nuestro mercado literario fuera otro, si David B. Gil fuera Dave B. Gilles, y en vez de gaditano fuera de New Orleans, viviría montado en el dólar y sus libros ya estarían en manos de la HBO tomando forma de pelis o series. Su talento, sus historias, trascienden lugares y momentos para alcanzar cielos que pocos consiguen. David es uno de nuestros mejores escritores, ojalá lo fuera de muchos más.
LJSalart
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