- Título: El lingotazo
- Autor: Sergio S. Morán
- Editorial: Insólita
- Formato: tapa blanda y digital
- Nº de páginas: 360
- Fecha de publicación: mayo 2019
- Fecha de lectura: julio 2019 (edición digital)
- Ilustración de cubierta: Fran Mariscal Marcilla
- Enlace de compra: Amazon, Lektu
El Lingotazo es un ejemplo perfecto de cómo se puede ser original sin utilizar nada realmente rompedor. Distintos elementos utilizados desde siempre en la literatura, que por lo tanto no resultan nuevos para el lector, en manos de escritores como Sergio S. Morán pueden mezclarse para conseguir un conjunto original y sorprendente. Por hacer un símil, es lo que hacen los grandes chefs de cocina: utilizar los ingredientes de siempre para conseguir platos creativos y deliciosos.
Así que, en esta reseña, voy a hacer el papel de catadora, aunque no sea una gran experta (ni literaria ni culinaria). Trataré de identificar esos elementos tradicionales y después comentaré la sensación que el plato (libro) deja en el paladar (mente lectora).
Uno de los ingredientes principales de El lingotazo es el tan trillado y denostado camino del héroe. Es el camino de una jovencita, Izel Aguilar, capaz de hablar con los pájaros y que, en situaciones de riesgo, puede transformarse en un pequeño colibrí (aquí otro ingrediente; el cambiaformas). Izel emprende un viaje que, en un principio, únicamente tiene por objetivo encontrar a su madre, pero que el destino y el azar se encargarán de llevar por derroteros muy diferentes. En su periplo, también la casualidad, o el destino, se encargará de unirla a Félix y Lucas, formando así la consabida compañía de personas dispares con un objetivo común, aunque distintos intereses particulares, que terminarán convirtiéndose en amigos inseparables.
El segundo ingrediente es la ucronía. En El Lingotazo, los reinos de España y Portugal (o, al menos, un par de reinos fantásticos muy, muy parecidos a España y Portugal) se han unido bajo una misma enseña política, aunque conservando cada uno su corona y su capital, formando así el Birreino de Hisperia, al que cada una de las dos coronas aporta, además de sus territorios peninsulares, sus colonias de ultramar.
A pesar de los nombres inventados o inteligentemente transformados de ciudades, regiones y países, todos estos lugares son perfectamente reconocibles y permiten al lector situarse en la época dorada de la España colonial. Es la época de esplendor del comercio con las colonias a través de los puertos de Gádiz e Hispalilla, de las remesas de oro y plata procedentes de las colonias Aztéxicas, platinas y venezolianas, adecuadamente administradas por el Consejillo de Indias.
El tercer ingrediente es la convivencia en un mismo mundo de la magia y la ciencia, sin grandes enfrentamientos entre ellas. De hecho, la magia es una disciplina científica y, como tal, se enseña en las universidades. ¿Escuelas de magia? ¿Os suena eso?
El cuarto ingrediente es una pizca de steampunk. En El lingotazo vemos cómo, en un mundo donde aún existen los galeones de madera, empiezan a utilizarse también grandes buques de vapor; coches de caballos tienen que competir con autobuses a motor para conseguir pasajeros; también se empiezan a utilizar los dirigibles para el tranporte de mercancías y personas y, cómo no, aparecen dirigibles dedicados al pirateo aéreo.
El quinto ingrediente es un toque místico propiciado por la aparición de dioses forasteros, llegados de las colonias con el acervo de Izel. Así, tenemos la tríada completa: magia, misticismo (o religión) y ciencia.
El último ingrediente, el que constituye el toque personal de este chef literario es, por supuesto, el humor. Un humor ácido y crítico que se manifiesta casi en cada página. Desde los nombres escogidos para personas y lugares, ficticios o reales (el puerto de EscuernaDragones, la Noble Universidad Salmantiense de Hechicería, Magia y Cosas Rarísimas, el contrabandista capitán Begoño Ladino, el Consorcio de Putas Limpias y su Factoría de Afectos…) hasta las anécdotas escogidas para presentar a algunos personajes (como la primera aparición de Bernarda Aguilar, que hace ponerse firmes a los edificios y cambiar de expresión a los cuadros de antiguos rectores). El libro tiene momentos desternillantes y otros de arrancar sonrisas cómplices al lector.
Mención aparte merecen las notas finales de los capítulos. Si alguien opta por leer esta novela, mi recomendación es que no se las salte. No son demasiadas, ni son necesarias para seguir la historia, pero añaden un punto de sazón muy interesante.
El sabor de este último ingrediente, el humor, predomina en el paladar a lo largo de toda la lectura. Sin embargo, El Lingotazo no es solo un libro de humor. Aparte de la historia en sí, el viaje de esa heroína y sus accidentales compañeros, que tiene todos los elementos que señalan los cánones y alguno más, es también un libro crítico con la sociedad más materialista, donde el gran capital y los intereses económicos de unos pocos, carentes de escrúpulos, dirigen los destinos de los más desfavorecidos, que son la inmensa mayoría. De hecho, en la trama aparece una cierta burbuja (no inmobiliaria). El lingotazo del título, como muchos otros elementos de la novela, tiene doble (o incluso triple) sentido. Por seguir con el símil culinario, podríamos decir que se trata de un plato ligero, pero «con fundamento», como diría cierto famoso cocinero.
También es un libro de personajes. Está repleto de caracteres inolvidables, como el villano Joaquín Cartanegra, el periodista enamorado de un imposible, Lucas Florido de Espinoza, la enigmática Perla, la propia Iztel Aguilar, ingenua y brillante a la vez… Pero, sin duda, mi favorito es Félix Carbonero. Quizás tenga algo que ver el que yo me considere asturiana y Félix proceda de El Pozo, un pueblo que podría ser el arquetipo (con sus particularidades propias del mundo fantástico en el que se desarrolla la novela) de cualquier pueblo minero del norte peninsular. Pero incluso así, Félix es un personaje adorable, grandote y bonachón, lleno de buenos sentimientos. Y es el que nos regala algunos de los momentos más emotivos de la novela (que también los hay).
Por último, creo que hay un ingrediente adicional que, a pesar de que deba utilizarse siempre con mesura (pues el exceso del mismo podría arruinar el mejor de los platos), da un sabor diferente y característico a esta novela, como haría alguna especia exótica en la cocina. Me refiero al azar, a las casualidades que parecen regir la vida de los protagonistas. Tanto, que no estoy segura de si llamarlo azar o destino. Incluso destino justiciero. El mismo acontecimiento que da titulo al libro y que constituye el origen de toda la historia, es ya una muestra de cómo un acontecimiento fortuito y altamente improbable puede cambiar el rumbo de la vida de los personajes. Algo así como el efecto mariposa, pero con lingotazo.
Analizados los ingredientes, ¿qué podemos decir del resultado final? Pese a que todos los elementos que componen la novela han sido ampliamente utilizados en otras obras, las cantidades exactas de cada uno y el aderezo secreto del chef hacen que el plato resulte novedoso al paladar (al menos, al paladar de esta humilde lectora). Se difruta cada bocado y deja muy buen sabor de boca.
En resumen, El Lingotazo es un plato para todos los gustos, una novela que puede gustar a todo tipo de públicos. Gustará a los amantes de la fantasía, a los aficionados al steampunk o a las ucronías, incluso a los lectores empedernidos de novela histórica. Pero, sobre todo, gustará a cualquiera que sepa disfrutar del humor inteligente.
Valoración
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8/10
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