- Título: El bosque de Sleipnir
- Autora: Govadonga González-Pola
- Editorial: Triskel
- Formato: rústica con solapas
- Nº de páginas: 141
- Imagen de cubierta: Eicinic
- Fecha de publicación: octubre 2019
- Fecha de lectura: octubre 2019
- Enlace de compra: Lektu
El bosque de Sleipnir es una novela corta pero muy intensa. Es de esas que se leen en un suspiro, pero dejan poso. En vez de transcribir la sinopsis, que podéis encontrar pinchando en el enlace de la editorial, más arriba, prefiero explicar lo que encontré en las primeras páginas y me hizo seguir leyendo con avaricia.
La novela nos cuenta la historia de una familia compuesta por un matrimonio –Yuri e Inga– y sus dos hijas, Olya y Annie. Desde el primer momento percibimos que no todo está bien en esta familia ni en el mundo que habitan. Conocemos a los cuatro protagonistas en plena huida, no sabemos de qué ni por qué motivo, aunque parece que Yuri carga con cierta culpa: Inga destila furia mal reprimida y resentimiento hacia su esposo. Cruzan una alambrada que no sabemos qué es lo que trata de aislar, a pesar del ominoso cartel que la acompaña, en medio de un paisaje nevado, y comienza la historia.
La familia acaba de adentrarse en un entorno desconcertante, extraño y amenazador, plagado de peligros que, más que percibirse, se intuyen. En ciertos momentos de estos primeros pasajes podríamos creer que vamos a leer una historia de fantasía, con animales extraños y bosques misteriosos, llena de referencias a leyendas populares. Pero no es el caso, nada más lejos de la realidad –bueno, lo de las referencias sí es cierto, hay bastantes–.
Al llegar a este punto, estaba totalmente enganchada a la historia. Tenía que saber qué pasa en ese bosque y en sus alrededores, de dónde han salido esas criaturas imposibles que nos describen, por qué Inga está tan enfadada con su marido, de qué están huyendo y por qué.
Algunas de estas incógnitas se despejan en unas pocas páginas más –de hecho, es fácil intuir de dónde salen las criaturas descritas, a poco que una haya visto algún capítulo de Los Simpson– pero para averiguar el motivo por el que la familia huye y la causa de discordia en el matrimonio, tendremos que esperar prácticamente hasta el final.
El bosque de Sleipnir no cuenta una historia amable. Transcurre en un mundo desapacible y hostil, con tintes distópicos que provienen de un régimen dictatorial y opresor. A pesar de ser víctimas de ese gobierno represor, los personajes tampoco se ganan especialmente las simpatías del lector, salvo contadas excepciones. González-Pola prefiere mostrarnos una versión realista de las personas, por cruda que resulte.
En este sentido, podría decirse que El bosque de Sleipnir narra una historia cruel, y sería cierto. Tan cruel y despiadada como la realidad misma. Y, sin embargo, a lo largo de todo el libro hay una nota de color y de esperanza, encarnada en Annie, la hija de once años, que observa la realidad que la rodea –la misma realidad que acompaña al resto de personajes– con unos ojos diferentes, llenos de ilusión e inocencia, sin prejuicios ni ideas preconcebidas. Salvando las distancias, la figura de Annie me recordó a la niña del abrigo rojo de La lista de Schindler, por la forma en que contrasta con el resto de personajes y con su entorno.
Por otro lado, El bosque de Sleipnir transmite también un mensaje ecologista, al poner ante los ojos del lector las terribles consecuencias de los disparates medioambientales cometidos por el ser humano y, en concreto, las de uno que todos conocemos sobradamente.
En cuanto a los aspectos formales de la novela, la historia está contada de una forma muy visual, muy basada en imágenes y diálogos entre los personajes, más que en reflexiones o pensamientos profundos de los mismos. No podía ser de otra manera, dado el original narrador –o narradores– elegido.
Esta voz narradora dota a la novela de un encanto especial. En principio, dada su condición no humana, podría esperarse que nos contase la historia con un cierto alejamiento, desde una distancia emocional considerable. Y, sin embargo, a mi no me resultó una voz extraña o ajena. Incluso diría que en ciertos momentos la autora la humaniza bastante. En cualquier caso, creo que el efecto buscado es el de la objetividad, y ese está muy bien logrado.
Pero –y este es el único pero que le puedo encontrar a la novela, y es totalmente subjetivo– no sé si precisamente debido a esa voz narradora objetiva que cuenta únicamente lo que ve y oye, o más bien a mi propia incapacidad –casi seguro se debe a esto último–, no he logrado encontrarle lógica a la relación entre Annie y Alyona. De hecho, este último personaje es para mi una gran incógnita.
Me explico. Ambas protagonizan uno de los momentos más angustiosos y terroríficos de El bosque de Sleipnir –en el que Alyona me recordó a Damien, el de la maldición– para sufrir de repente un cambio radical en su relación. Me pareció tan improbable que me pasé buena parte del último tercio de la novela esperando leer alguna otra barrabasada.
El caso es que esa nueva relación que aparece entre las niñas no es meramente anecdótica, sino que forma parte de uno de los mensajes profundos del libro. Pero ya digo que seguramente sea un problema mío. A veces crucificas a un personaje y ya no hay nada que pueda hacer para redimirse –sobre todo si en tu mente se ha producido un click que te ha hecho asociarlo con el mal personificado–.
En definitivas cuentas, El bosque de Sleipnir es una buena novela que narra la historia de una familia rota en un mundo roto. Podría calificarse de distopía ecologista que transmite un mensaje de advertencia pero también de esperanza y consigue un efecto muy especial con sus narradoras no humanas.
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Valoración
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7.5/10
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