- Título: El Arcano y el jilguero
- Autor: Ferrán Varela
- Editorial: El Transbordador
- Formato: rústica con solapas
- Nº de páginas: 374
- Ilustración de portada y mapa interior: Manuel Gutiérrez
- Fecha de publicación: abril de 2019
- Fecha de lectura: abril de 2019
- Enlace de compra: Lektu
Desde que leí el cuento Las cadenas de la casa de Hadén, publicado en la antología El viento soñador y otros relatos (Sportula, 2018), apunté el nombre de Ferrán Varela como autor a seguir. Ya en ese cuento se percibe una habilidad poco común para enseñar un mundo fantástico, imaginario, sin describirlo, en apenas unas pocas páginas. Después, vino La danza del Gohut (El Transbordador, 2018), donde el autor hace gala de la misma habilidad, en un formato un poco más extenso. En ambas ocasiones, Varela aprovecha el mundo y sus personajes para hablar de temas trascendentes. En el caso de Las cadenas… nos habla de la inflexibilidad y dureza de las reglas impuestas por la tradición y el honor frente a la justicia y el amor paterno-filial. En La danza… enfrenta las supuestas bondades de la vida en sociedad, con todas sus normas e imposiciones, con la libertad individual más absoluta.
Ahora, con El Arcano y el jilguero, vuelve a hacer lo mismo, esta vez en una novela que, por clasificarla en algún género, podríamos incluir en la corriente del grimdark, aunque, como espero poder explicar más adelante, tiene algunos rasgos que le dan un toque diferente.
Sé que las comparaciones son odiosas, y pocas veces acierto con las influencias de los autores que leo. De manera que no toméis lo que voy a decir a continuación como un «análisis de referencias literarias» (que, por otro lado, me siento incapaz de hacer) sino, más bien, como las simples impresiones de una lectora. A lo largo de las páginas de El Arcano y el jilguero me he encontrado con momentos de crudeza descarnada, al más puro estilo Abercrombie, con un discurso antibelicista digno de un Erikson, pero también con momentos de un lirismo poco habitual, por no decir que totalmente ausente en el grimdark más canónico.
Para comprobar lo que digo sobre el antibelicismo y la crudeza, solo tenéis que descargar en Lektu el primer capítulo de la novela, disponible en pago social. Para mi, uno de los comienzos más brutales que he leído. Estoy segura de que, si lo hacéis, no podréis resistir el impulso de comprar el libro para seguir leyendo. Si queréis saber más de esos momentos más líricos y emotivos, tendréis que leer la novela, pues se encuentran «salpicados» entre páginas de lo más grimdarkiano.
Lo cual me da pie para hablar del personaje principal, el que ejerce las veces de narrador, Mezen el Ariete, Arcano del Tormento. Al igual que la prosa del autor, este personaje está lleno de matices. Terrible y salvaje en su papel de demonio torturador, tierno y vulnerable en ocasiones, torturado él mismo por el sentimiento de culpa y los fantasmas de sus víctimas. Culto, ingenioso, compasivo y cruel a la vez, hombre y demonio, monstruo y víctima, tiene todos los elementos para convertirse en un personaje tan carismático como el Kvothe de la Crónica del asesino de reyes o el Geralt de Rivia de Sapkovski. Y, si no, al tiempo.
El contrapunto de Mezen es Nara, una niña que ha sufrido en sus carnes las peores consecuencias de la guerra y, aun así, conserva parte de su inocencia y hace gala de un carácter obstinado, una curiosidad insaciable, una inteligencia nada desdeñable y la capacidad de extraer lo mejor del Arcano, convirtiéndose al mismo tiempo en su único punto débil.
El mundo de Mezen y Nara
Decía al principio que una de las habilidades de Ferrán Varela, y también de las menos comunes, es la de enseñarnos el mundo en el que transcurren sus historias sin explicárnoslo. Exactamente eso es lo que hace en El Arcano y el jilguero, aunque, como se trata de un formato largo, también tiene espacio para detenerse y mostrar con más detalle algunos aspectos de ese mundo. Lo que me queda muy claro es que el autor debe haber invertido horas y horas en pulir y dar forma a todos los detalles de Hann y del Imperio de Mesetatrigo. Además del detallado mapa, nos ofrece una genealogía de la familia imperial (mostrada, no contada), aprendemos sobre la organización de los ejércitos y el carácter de cada uno de los comandantes, historia y mitologías de algunas de las ciudades-estado conquistadas, diferencias raciales… Todo un pequeño continente revelado en menos de 400 páginas, y de forma fluida, sin interrupción de la narración. Incluso nos ofrece una mitología propia de la creación, que ya en sí misma podría constituir un cuento breve, y que resulta un buen ejemplo de esos momentos líricos que esconde la novela.
Otro de los aspectos que me ha sorprendido gratamente, quizás por deformación profesional, es la atención que se presta a la organización política del Imperio y a sus estrategias de asimilación cultural y económica de los territorios anexados «por la fuerza»: métodos baratos en recursos y eficaces en la consecución de sus objetivos, aunque de ética cuando menos dudosa. Incluso en algún momento puntual se nos muestran los aspectos legislativos del Imperio, a través de triquiñuelas y vericuetos legales. Aunque hay indudables momentos de genialidad, y seguramente sea consistente con la trayectoria vital del personaje, quizás es lo único que me ha chirriado un poco en la narración: ¿un Arcano del Tormento rebajándose a esperar su turno de palabra para discutir de leyes con el Consejo de una ciudad de provincias? Que no tengo nada en contra de las leyes ni de los turnos de palabra, pero en el momento de leerlo me pareció poco propio. Una esperaría métodos más expeditivos por parte de este personaje. Quizás se trate de un efecto buscado, no lo sé. En cualquier caso, la forma en que concluye el episodio sí que es propia del Arcano, a la vez que sirve como muestra del ingenio del protagonista y también como elemento ilustrador del mundo en el que se desenvuelve, eso es innegable.
El tema de fondo
El supuesto dilema que atormenta a Mezen el Ariete no es realmente novedoso: ¿el fin justifica los medios? Es una pregunta eterna, que se plantea a varios niveles, en literatura, filosofía, política… Sin embargo, creo que para nuestro protagonista no existe tal dilema. Él tiene muy clara su elección (quizás, y solo quizás, no haya sido libre de elegir convertirse en un Arcano del Tormento) y actúa en consecuencia. Una y otra vez. Lo realmente terrible es soportar el peso de la culpa. Hacer el mal para conseguir un fin «bueno» no le convierte en inocente o justo a sus propios ojos, ni le redime ante sus víctimas.
Cuando pienso en el sufrimiento de las víctimas del Arcano, en aras de evitar una matanza mayor, no puedo dejar de recordar el cuento Los que se alejan de Omelas, de Úrsula K. LeGuin. Hay diferencias evidentes entre los habitantes de Omelas y Mezen: mientras que aquellos solo consienten el sufrimiento a través de su inacción, este lo causa directamente, con sus manos. Y, en ocasiones, disfruta con ello. A cambio, el sufrimiento del niño de Omelas solo asegura la felicidad del resto del pueblo. El de las víctimas del Arcano salva miles de vidas. ¿Son dilemas comparables? Probablemente no, pero la asociación de ideas me resulta inevitable.
Así que Varela nos plantea una de esas preguntas en las que no hay una respuesta correcta, o al menos no hay una respuesta fácil. Sin embargo, también nos da las claves para contestarla, porque a pesar de toda su «monstruosidad» no puedo dejar de admirar a Mezen, por muy Ariete y muy Arcano del Tormento que sea.
En definitiva, un libro de fantasía cercana al grimdark en su concepción e intención, pero también a otros palos más «amables» del género, que nos presenta un mundo perfectamente concebido y transmitido, unos personajes en absoluto maniqueos, una historia apasionante (si bien es cierto que se estructura en forma de «aventuras» o episodios más o menos independientes, hay un argumento central que unifica toda la trama), todo narrado con una prosa impecable y versátil y, además, un tema subyacente para la reflexión personal. ¿Qué más se puede pedir? Un libro que recomendaría a cualquiera, excepto a los que no gusten de los finales abiertos. Aunque uno de los temas centrales de la novela queda perfectamente cerrado (con una sola frase), también quedan muchos cabos sueltos, demasiados para poder considerarla una novela autoconclusiva. Por un lado, esto puede causar frustración en el lector pero, por otro, creo que deja clara la intención de una continuidad en la historia del Arcano y de ese jilguero que, poco a poco, va cobrando más y más protagonismo en la trama. No creo que el calificativo de «libro del año» sea una exageración. Por supuesto, queda mucho año por delante y muchos libros por ver la luz, pero El Arcano y el jilguero será uno de los que más darán que hablar, y para bien. Seguro.
Aunque no suelo hacerlo, porque no es un tema que me preocupe especialmente, no puedo terminar la reseña sin hacer referencia a la calidad de la edición en papel que El Transbordador nos ofrece en esta ocasión. Cuando me llegó el libro y lo saqué de su envoltorio me llevé una gratísima sorpresa. La textura de la cubierta, la calidad del papel, ese inicio de los capítulos con un recuadro sombreado sobre la ilustración de la cubierta, a doble página, el prólogo de Antonio Torrubia y el postfacio de Daniel Garrido… son detalles que nos hablan de un mimo extremo hacia el libro y hacia el autor (todo un acierto editorial, creo yo). Aunque procuro leer en digital todo lo que puedo, por cuestiones de economía y espacio, esta es de las pocas ocasiones en que puedo afirmar que merece la pena el papel, sin dudarlo.
Valoración
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9/10
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