Hoy, 15 de octubre, es el día nacional de las autoras. En esta fecha se conmemora el trabajo de las mujeres que han dedicado su vida a las letras, visibilizando uno de esos sectores en donde históricamente no sólo han vivido en un segundo lugar, sino que en ocasiones han llegado a esconderse tras nombres masculinos para poder ver su obra publicada.
Desde hace tres años se celebra tal ocasión, organizada por la Biblioteca Nacional de España, la Asociación Clásicas y Modernas y la Federación Española de Mujeres Directivas, Ejecutivas, Profesionales y Empresarias (FEDEPE). Y de alguna manera teníamos que adherirnos desde Origen Cuántico. Para ello hemos preparado dos artículos, uno para hoy mismo y otro para mañana, en el que una gran parte de la gente vinculada a OC os hablaremos de autoras, de historias que nos han marcado y de nombres que queremos compartir.
Pero esperamos que esto no sea el final y que durante toda la semana compartamos recomendaciones en los comentarios, en Instagram y en Twitter, donde bajo la etiqueta #LeoAutorasOct toda la comunidad hispanohablante nos estamos encontrando.
Mientras tanto podéis leer lo que Elia Barceló, Mar Goizueta, Laura S. Maquilón, Teresa P. Mira de Echeverría, Nieves Mories y Cristina Jurado nos han contestado cuando les hemos preguntado por el día de hoy.
Elia Barceló
Gracias a preguntas de este tipo acaba una por darse cuenta conscientemente de ciertas cosas que nunca había visto con claridad. Yo he descubierto que todas las escritoras que leí en mi infancia y adolescencia, y casi todas las de la edad adulta, son extranjeras, la mayor parte anglosajonas. Creo que la primera fue Louise May Alcott y sus “Mujercitas”, donde, lógicamente, me identifiqué enseguida con Jo, la chica que quería ser libre, escribir y, a ser posible, encontrar el amor, sin tener que pagarlo con la renuncia a la fantasía y a su forma de vivir. Luego muchas de las escritoras inglesas, holandesas, italianas… cuyas novelas publicaba la Editorial Molino en su serie juvenil. También, cómo no, Enid Blyton. Más adelante Pearl S. Buck, que me llevó de viaje por China, y Agatha Christie, cuyo estilo no era gran cosa, pero me encantaban sus tramas y sus diálogos. Y, por supuesto, Daphne Du Maurier, y Shirley Jackson. Después ya descubrí a las grandes escritoras americanas de ciencia ficción: James Tiptree Jr., Joanna Russ, Marion Zimmer Bradley, la magnífica Ursula K. LeGuin…
Tengo una gran deuda de gratitud con todas ellas, mis madres y abuelas literarias.
Mucho más tarde llegaron Connie Willis, Antonia Byatt, Carol Shields, Barbara Vine, Ann Marie McDonald, Donna Tartt…
Las primeras escritoras españolas con las que he estado literariamente de acuerdo, mucho después, son Carmen Martín Gaite, Cristina Fernández Cubas, Pilar Pedraza, Susana Vallejo y obras puntuales de otras autoras hispanas, pero ya era tarde para que influyeran ni en mi pensamiento ni en mi estilo.
Mar Goizueta
Aquel librero
Aprendí a leer y a escribir mucho antes que el resto de los niños de mi edad, así que cuando llegué a la temprana adolescencia ya había leído una gran cantidad de libros, pero me quedaba mucho por descubrir. Este es un recuerdo de aquellos años.
Una tarde en la que acompañé a mi madre a la compra nos encontramos con una sorpresa maravillosa: en la entrada del supermercado habían montado un puesto de libros. Aquello era un imán para alguien como yo, y una bendición para una madre acostumbrada a comprar material de lectura de continuo. Pero lo mejor era que aquel puesto ocultaba un tesoro: un librero de los de verdad, de los que tienen la habilidad de detectar el gusto del clientey ofrecer el libro perfecto. Recuerdo que me llamó la atención “La casa de los espíritus”, de Isabel Allende, por su título—el terror siempre me gustó y lo de “espíritus” apuntaba maneras—, y que, al verlo en mis manos, aquel hombre se acercó para hablar conmigo, supongo que no muy seguro de que aquel libro fuese adecuado. Comenzamos una larga conversación sobre Literatura, y en seguida supo oler mi incipiente tendencia al realismo mágico y supo que sí, que era para mí. Aquella historia en la que los límites de la “realidad” se difuminaban, me abrió los ojos a un mundo nuevo y a un amor por un tipo de fantasía que no era la que conocía hasta entonces, habitante como era de una época en la que las librerías no rebosaban de libros de fantasía más allá de los clásicos tipo “Alicia”, cuentos, las historias de Tolkien y alguna novela artúrica o similar. Sí había leído ya bastante terror, ciencia ficción, novelas de aventuras y novelas Pulp, pero esa fantasía que me ofrecía Allende era una visión nueva. Pasó a ser una de mis autoras favoritas y, desde entonces, devoré todos sus libros. Un par de semanas más tarde, volví al puesto y el librero, que se acordaba de mí, me dijo que tenía algo que tenía que leer sí o sí y me enseñó una novela con una portada en la que se veía a una pareja vestida de época. Le dije que las novelas de amor no eran lo mío, que había leído alguna de esas de quiosco y eran un rollo. Aquella novela era “El Señor de Far Island”, de Victoria Holt y, ante su insistencia, acabamos comprándola. Si no me gustaba, la leerían mi madre o mi tía, no había nada que perder. Una semana después, volví a por más, sedienta de misterio. Aquella autora, de múltiples pseudónimos, como descubrí después, era una maestra de la novela histórica, la intriga, lo gótico y el misterio, y con ella descubrí que no era tan ridículo que en las novelas hubiese amor si estaba rodeado de todo aquello. También la leí con devoción durante años.
Aquel librero, allá por mis trece, me enseñó a no tener prejuicios en cuanto a la lectura y me abrió los ojos a dos nuevas autoras y, sobre todo, a nuevos horizontes que se quedaron para siempre en mis ojos y en mis letras. Siempre se lo agradeceré.
Muchas autoras más conviven en mi cabeza, y cada una llegó a mí de forma diferente, algunas incluso han tenido o tienen ciertos matices de obsesión: Mary Shelley, Anaïs Nin, Anne Rice, Elia Barceló…la lista es, por suerte, tan grande que no cabe ya en este artículo. Y que sigue creciendo.
Laura S. Maquilón
Por suerte para mí, es difícil centrarme en una sola autora que me marcara como escritora, lectora y persona. Al fin y al cabo, J. K. Rowling y Laura Gallego han protagonizado en gran parte mi adolescencia, y a ellas les debo sin duda mi fascinación por la fantasía y mi pasión por crear nuevos mundos, ya sea dentro o fuera del nuestro. Pero fue más adelante, cuando conocí a Virginia Pérez de la Puente en Asshai, que empecé a tomarme más de forma más realista lo de escribir. Virginia tenía por entonces solo unos pocos relatos maravillosos y con eso poco a poco se fue haciendo nombre y hueco. Me encanta su saga del Segundo Ocaso y con ella me demostró que se puede ser mujer y escribir fantasía épica en España. Para mí ha sido un ejemplo de constancia, de saltar obstáculos, de buscar la salida cuando todo está en contra. De que a veces también se necesita suerte. Eso te hace tener los pies en la tierra. Y, por último, mis compañeras de La Nave Invisible me demostraron, todavía más, que con esfuerzo puedes abrir puertas cuando otros te dan la espalda. Sin ellas no sería quien soy hoy.
Teresa P. Mira de Echeverría
La primera escritora que me marcó fue, indudablemente, Octavia Butler. En ella el sentido de la extrañeza y de Lo Otro, que yo misma había palpado en mi propia vida, se volvieron objetivos y visibles pero, sobre todo, existentes. Lo Otro era posible, de modo que Yo era posible… no era una rareza, no era un equívoco, era algo válido. Y aunque luego, sus novelas me condujeron más profundamente en ese camino, fue el cuento “Bloodchild” el que desencadenó todo ese proceso interno.
Ella fue mi primera “matriz femenina y queer”, y se imprimió en mí y en los temas de mis escritos.
La segunda fue Nicola Griffith, con su hipnótico “Slow River”. Con ella aprendí el valor de internarse en una CF del aquí y ahora (no importa cuán extraña sea la trama), acuciante, que demanda respuestas a gritos y empuja al lector a ser valiente y a defender con uñas y dientes lo que uno intenta ser. Es la escritura que me otorgó el valor y la poética.
Si Octavia me dió la vida como escritora-mujer-queer, Nicola me dio el coraje de gritarlo a los cuatro vientos.
Ambas grandiosas mujeres, grandiosos seres humanos a los que admiro como escritoras y como personas. Genias que se apartan de la ancha vereda de la mediocridad para adentrarse en los pasillos estrechos de la autenticidad y la coherencia.
Nieves Mories
Volver a mis Cumbres Borrascosas
Heathcliff, it’s me, Cathy come home
I’m so cold, let me in-a-yourwindow…
Con ese par de versos de una canción de Kate Bush me dedicó mi madre el primer ejemplar de Cumbres Borrascosas que tuve en mi poder. Después llegaron otros: mejor traducidos o encuadernados, una preciosa edición original… pero ninguno como ese. A pesar de que en él se nombre a nuestra antiheroína como “Catalina”. Afortunadamente, ningún nombre más sufrió semejante castigo. Acompañado por otro libro, desde ese día no sé si sueño con volver a Manderley o a los páramos de Yorkshire. Tanto me da.
Entre tanto hombre más o menos ilustre, Emily Brontë y Daphne du Maurier se deslizaban como sombras ambiguas y aterradoras, en esas páginas oscuras que traían más preguntas que respuestas. Con ellas aprendí que lo delicado y lo cruel pueden compartir historia. Que hay cuentos suaves como caricias y negros, tan negros, que no puedes hacer más que volver a ellos una y otra vez. Aunque duelan y hieran necesitas más, más de esa cualidad que para mí es solo femenina por lo íntima y delicada, y que empieza y acaba con un escalofrío o un grito al despertar de una pesadilla que, invariablemente, ha vuelto a llevarte a tus Cumbres Borrascosas.
Cristina Jurado
¡Son tantas las autoras que me han hecho vibrar, que han movido algo dentro de mí, que han conseguido que me emocione, reflexione y me divierta! Unas pocas palabras no les harán justicia pero, al menos, servirán como muestra de mi admiración. La primera es Ana María Matute, cuya Paulina tantas y tantas veces leí de pequeña y con cuya protagonista me sentí identificada: una chica curiosa a la que le gustaba leer y que odiaba las injusticias. Enyd Blyton, Louisa May Alcott y Maria Grippe fueron las autoras de mi adolescencia y releí Los Cinco, Mujercitas y La Hija del Espantapájaros más de una docena de veces. Y me fui a correr aventuras con Jo y sus primos, y escribí libros a pluma con Jo March, y esperé con Loella a que llegara mi padre.
De joven conocí a Marguerite Duras y su El amante, que me hizo empezar a descubrir mi propia sexualidad. Linda Nagata y su The Bohr Maker me sumergió en el ciberpunk, y con Ursula K. Le Guin y La Mano Izquierda de la Oscuridad aprendí a que el género sexual es algo mucho menos rígido de lo que me habían hecho creer.
Jeanette Winterson y su Escrito en el Cuerpo ha sido probablemente de las autoras que más me impactaron en su momento, porque me llevaron a profundizar en el uso del lenguaje para evocar el deseo, el amor, y el conflicto sin desvelar ciertos aspectos de los personajes.
Y luego están Teresa P. Mira de Echeverría, Laura Ponce, Felicidad Martínez, Nieves Delgado, Lola Robles, Yolanda Espiñeira, Sofía Rhei, Marian Womack, Layla Martínez, Carme Torras y Angélica Gorodischer, autoras del Alucinadas que edité en 2014. Muchas de ellas amigas, todas autoras admiradas, sigo aprendiendo de su fuerza expresiva, su energía creativa y del poder que guardan sus palabras.
Latest posts by EquipoCuántico (see all)
- Finalistas de los Premios Amaltea 2019 - 13 noviembre, 2019
- El destino del héroe - 6 noviembre, 2019
- Proyecto Marte y Moriremos por fuego amigo, en noviembre - 30 octubre, 2019